Dosis de optimismo

Se ha creado un clima pesimista que paraliza energías. Parece que sea signo de inteligencia insistir en trazos y datos negros, y por supuesto empezar o acabar la conversación con palabras o gestos de nubarrones más que sombríos. Estoy convencido de que hay grupos empeñados en cultivar este pesimismo social e institucional en España, que genera tensiones y violencia.

Por supuesto que hay realidades duras, difíciles, y hasta tragedias, y no podemos ni debemos esconderlas. Sin embargo, la cuestión es cómo afrontar la realidad, con sus ingredientes de todo tipo, con un realismo auténtico.

En una charla-coloquio reciente, el ponente analizó la situación y actitudes de los jóvenes españoles. A la salida, un asistente comentó que le había parecido brillante el análisis, pero otro le replicó que no había dicho nada positivo de los jóvenes, y por tanto le parecía más que incompleta y desalentadora. Pienso, por ejemplo, en la labor solidaria que llevan a cabo muchos jóvenes ahora, en ONG u otras instituciones, y que en mis años de juventud no sucedía.

La existencia de deficiencias laborales, económicas, morales o institucionales es un hecho real. Lo lamentable es que algunos hurgan en las deficiencias con fines inconfesables, o simplemente por sectarismo, e inducen a muchos a identificar “realismo” con “pesimismo”. Ni vivimos en el mejor mundo de los posibles ni es el peor de la Historia.

Hay que enderezar la situación, reconociendo errores, pero poniendo cimientos de optimismo, que viene a ser cierta confianza en los recursos espirituales y físicos de los hombres, en su capacidad de construir. Ya hay muchos cansados de hablar, una y otra vez, de la crisis económica, de los partidos políticos, de los sindicatos, de las entidades de crédito. Hay que denunciar hechos y situaciones, pero aportando soluciones, sin quejarse solamente, sino con actividad creativa.

El optimismo no es un regalo, no es algo gratuito. El optimismo requiere esfuerzo, no es una cualidad con la que se nace o no, sino que se adquiere. Tal vez aquí está la clave: que cuando se habla de crear una cultura del esfuerzo, se olvida que el optimismo requiere esfuerzo. El optimismo riega nuestra vida y la de los que nos rodean. Me abono a un realismo que reconozca lo positivo y lo potencie.

También –y principalmente- desde los medios de comunicación hemos de reflexionar sobre el tremendismo en la información, los fáciles titulares asfixiantes, y cómo contribuir al realismo optimista, que sirva para construir. Hay tarea.

 
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