Idiosincrasia aragonesa y periodismo

He releído esas anotaciones y mi sorpresa ha sido que se nos atribuyen cualidades muy apropiadas para los periodistas en general.

Pedro-Antonio de Alarcón, en su novela “El escándalo”, atribuye a una aragonesa protagonista de la novela unas cualidades que bien pueden ser una síntesis de lo que históricamente se atribuye al carácter aragonés. Habla de la sinceridad y de la constancia, del “valor de las convicciones y una lógica implacable, como todos los niños y todos los aragoneses”.

También afirma Pedro-Antonio de Alarcón en dicha novela que el aragonés “allá va donde le impulsa el corazón, pide justicia y defiende su derecho (…) y no da, en fin, nunca cuartel a la iniquidad y al absurdo, y de aquí la fama de terco y obstinado que tiene entre las gentes”.

El catedrático de la Universidad de Zaragoza Juan Moneva caracterizó al aragonés con cuatro rasgos: apego a la lógica, amor a la verdad, respeto al derecho y afirmación de la libertad. Moneva escribió: “el aragonés es un tipo moral sin complicaciones interiores verista en todo: decidor de la verdad que sabe, buscador de la verdad que desea saber, depurador de lo que ve y oye hasta obtenerla. El aragonés es primordialmente crítico; lo contrario de imaginador”.

Puesto que la geografía y las relaciones del “mundo global” en que ahora vivimos influyen en todos los aspectos, son rasgos que permanecen y, a la vez, se van adaptando a la sociedad de cada momento histórico, y más ahora con la movilidad laboral, la irrupción de las nuevas tecnologías de la información y los incesantes cambios sociales que, de un modo acelerado, estamos viviendo.

Los rasgos aragoneses son, indudablemente, un buen cimiento para quienes nos dedicamos al periodismo: ser críticos hasta encontrar la verdad, con convicciones ancladas en el derecho y la libertad, pues la superficialidad o la manipulación pueden atenazarnos, y desde luego hace falta valentía diaria ante las diversas formas de presión.

En unos momentos en que se necesita una regeneración ética del periodismo, por circunstancias diversas que creo innecesario recordar, los periodistas hemos de avivar raíces de la profesión, aunque muchos preferirían que no lo hagamos. Muchos prefieren periodistas asustadizos, fáciles, influenciables, que hablen y escriban al dictado de intereses polifacéticos.

Es bueno recordar que el periodista ha de ser incómodo para muchos, crítico sin miedo a la verdad y ansioso por encontrarla. No equivale a ligereza ni engreimiento, ni mucho menos. Es cierto que no ayuda precisamente la situación profesional ni el clima de "post-verdad" o relativismo que nos envuelve, donde la vanidad o la cobardía se disfrazan con frecuencia.

Parte importante del trabajo periodístico, para sumar a las descritas como características de la idiosincrasia aragonesa, es la humildad para rectificar y acudir a las fuentes necesarias, apropiadas y justas: las "dos campanas", el "campanero", o las "cinco campanas". Es un auténtico peligro público el periodista soberbio, que confunde sus propias ideas o deseos con la realidad, o simplemente con el respeto al pluralismo o a los derechos de las instituciones o de las personas. El "cuarto poder" necesita una ITV permanente, aunque conlleve reconocer defectos, carencias y errores.

 

Aterra ver a un periodista "sabelotodo", intocable e incapaz de aprender, también de sus propios errores, y los hay, como en toda tarea humana. Si no hacemos crítica de nuestra propia profesión, poco o nada podemos pedir a oyentes o lectores, ahora que se dice que todo ciudadano es o puede ser periodista gracias a las redes sociales e internet. Tal vez somos más necesarios que nunca los periodistas, por todo lo dicho, aunque es un trabajo que goza de poco prestigio, o tal vez por eso mismo. Y desde luego no hace falta ser aragonés, aunque yo seguiré releyendo mis anotaciones personales sobre la idiosincrasia aragonesa.

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