Abucheos y dimisión

Aunque nos cueste aceptarlo, muchos políticos aspiran a ser impasibles ante abucheos, pitos, patadas en el coche oficial e insultos. Les parece que es la señal de que están curtidos y que, en el fondo, es el peaje que han de pagar por gobernar, que es una tarea compleja en la que siempre hay descontentos, se haga bien o mal.

Es lo que un alto cargo político, en Sagunto, expresó al comprobar cómo gritaban a Felipe González, siendo presidente del Gobierno,  y hasta le lanzaban huevos: “Yo quiero ser como él, que no me afecten ni los abucheos ni que me lancen huevos”. Llegó muy alto ese alto cargo, y vive.

Los abucheos los consideran como gajes del oficio. Algo de ello sí que existe, pero hay situaciones como la del pasado 12 de Octubre en que los abucheos contra Pedro Sánchez, a la vez que pedían su dimisión, que al interesado podrían hacerle reflexionar. 

Sin embargo, aunque no se comparta la oportunidad de abuchear de ese modo el 12 de Octubre al presidente del Gobierno, de lo que estoy convencido es de que Pedro Sánchez es de esa escuela que no le importan los abucheos ni la aceptación social allí por donde pasa, aunque a nadie le resulte agradable, y preferiría unos recibimientos más normales.

Pedro Sánchez es feliz siendo presidente del Gobierno, objetivo logrado, y aguantará todo lo que pueda, aunque aumenten los abucheos. Él sabe lo que necesita para seguir en el cargo: sacar votos de los que no le abuchean y apoyos de quienes se aprovechan de él, y él de ellos.

Los abucheos no le afectan. Ante los gritos que pedían su dimisión, por un oído le entran y por el otro le salen. Una persona como él,  que es echada por los de su propio partido, luego vuelve a hacerse cargo del PSOE, y encima logra ser presidente del Gobierno con una rápida moción de censura, tiene una piel tan dura que los abucheos ni le importan. Ni se ha planteado dimitir ni se lo planteará: sólo se irá si lo echan las urnas, o los socios de Gobierno, opción esta última muy remota pero no descartable.

Y eso pese a que sobran motivos para que dimita: la doble inconstitucionalidad del Estado de Alarma, el cierre ilegal del Congreso de los Diputados, las concesiones filoetarras, la incapacidad para moderar el gasto de luz, la pésima gestión de la pandemia, el incremento del paro juvenil, las nefastas ley de eutanasia y de educación hurtando el debate a la sociedad – es decir, una aprobación dictatorial -, y me faltarían líneas para enumerar simplemente los principales motivos para que dimitiera.

Otra noticia que se producía el mismo 12 de octubre era la dimisión del deán de la catedral de Toledo, por el polémico vídeo grabado en la catedral por el rapero Tangana, titulado “Ateo”.

Sea por ingenuidad o por aparentar “apertura” y “diálogo” con la cultura actual, que son términos equívocos o al menos incorrectamente utilizados en ocasiones, el deán había dado el permiso, y me pareció totalmente coherente que dimitiera. Inicialmente el deán había justificado su decisión en que la Iglesia debe “acoger” y “dialogar” con la cultura contemporánea.

 

No pocos se preguntaban qué es un “deán”, pero bastaba la percepción de que es el responsable de la actividad de la catedral, quien preside el cabildo de canónigos que tiene la misión de administrar la catedral.

Parece que la posición de otros canónigos, de muchos fieles y del propio arzobispo de Toledo – que ha convocado para un acto penitencial por esta actuación del deán – han influido decisivamente en que el deán dimita. Pero ha dimitido, algo casi insólito en nuestro país.

Me resulta llamativo que el deán cesaba en su cargo el próximo 5 de noviembre. Podía haberse demorado el relevo, y en vez de dimitir no volver a nombrarle. Sin embargo, ha optado por asumir inmediatamente su responsabilidad en una decisión fuera de lugar y muy inapropiada, o muy probablemente porque se lo han hecho saber con claridad, y ha dimitido.

Dimitir por cometer errores graves en un cargo o responsabilidad no es debilidad ni vergonzoso, sino que honra a quien es capaz de asumirlo y reconocer que no puede continuar en ese puesto.

Todos cometemos errores, pero los hay de diverso grado. Y cuando los errores afectan a la línea esencial y socavan la confianza de quienes tienen que ayudarle en su tarea, lo ético es dimitir.

Una catedral, una iglesia, tiene una dignidad y una identidad. Abrirse a las personas y a la cultura no justifica que pierdan su esencia de creencias y culto: lo contrario es tener complejos. Tiene una identidad, no cabe todo. Se debe respetar y hacer respetar, de muy diversos modos, también con una dimisión necesaria como la del deán, pese a que ha intentado justificar su decisión de permitir la grabación del vídeo. Dimitir le honra.

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