Alarma tras las oposiciones de profesores interinos

Isabel Celaá, en el Senado.
Isabel Celaá, en el Senado

Las recientes oposiciones de profesores interinos han propiciado que me lleguen diversos comentarios de perplejidad e indignación de algunos miembros de tribunales en esas oposiciones. Pertenecen a comunidades autónomas distintas y asignaturas distintas. También he hablado con miembros de tribunales de oposiciones en estos últimos años. 


Tanto en Matemáticas como en Geografía e Historia, por poner algunos ejemplos, se han asombrado del paupérrimo nivel de los opositores, profesores ya con años de experiencia: “Muchos no han demostrado ni el nivel que los alumnos actuales tienen”, “se ve que muchos se presentan sin prepararse, a ver si hay suerte”, “hasta con un 0,5 en un examen se ha atrevido un opositor a revisar el examen”. Visto el nivel, han decidido dejar sin cubrir bastantes plazas. 


Uno de esos tribunales ha examinado a 90 profesores interinos. Sólo ha aprobado a 18, dejando plazas sin cubrir. “Lamentable el nivel de los que se han presentado”, dicen.


Hay que tener cuidado para no generalizar a partir de unos datos. Es el eterno dilema de valorar si son datos aislados no significativos, o bien reflejan sintomáticamente una realidad extendida. En este caso, aunque no sean la mayoría de los profesores interinos que se presentan sino una parte considerable,  ya es preocupante. Y no poco.


Me cuentan que muchos interinos se quejan de su situación, pero prefieren seguir de interinos, pues, al obtener plaza por oposición, pueden destinarles a una localidad que no les resulta tan cómoda o adecuada como la que tienen ahora.


Son comentarios duros, pero que proceden de personas que me merecen credibilidad en general, por su experiencia y sensatez. Al menos merecen una reflexión, y ojalá haya lectores que aporten su punto de vista. Los profesores se quejan mucho, de todo o casi todo, menos de ellos mismos: a veces, a alguno le recuerdo que no están nada mal las vacaciones que tienen, que tal vez no son tan mártires, y no pone buena cara.


Los profesores interinos competentes y prestigiosos sienten vergüenza ante este panorama, y piden no generalizar. Pero reconocen la situación que expongo. Y no les resulta fácil apuntar soluciones, pero no descartan una prueba de conocimientos al contratarles y hacérsela de modo sencillo periódicamente. “Pero ¿quién haría esa prueba, la Consellería correspondiente que coloca a dedo a sus enchufados?”.


Tengo especial predilección personal, familiar y social por los profesores. Es justo reconocerles la importancia que tienen para la sociedad.  Cuestión distinta es si tienen la calidad, en su mayoría, que sería deseable, pero tal vez no la tienen porque los poderes públicos, la legislación, los padres, no se la facilitan, exigiéndoles calidad. 


Recuerdo con gratitud y aprecio a mis maestros y profesores en mi etapa infantil y juvenil, con carácter general. En mi familia hay unos cuantos profesores, en los que he visto una preparación permanente y un esmero que me gustaría ver en muchos otros profesionales.

 


Soy de los que piensan que un profesorado competente es requisito previo para una mejoría social y cultural: las cifras de abandono escolar, las triquiñuelas sindicales y políticas para cubrir puestos docentes, la polémica “ley Celaá” con sus graves deficiencias educativas, son unas coordenadas que recuerdan las dificultades para un profesorado como el que necesitamos, que de verdad tenga calidad, la cultive de modo permanente y la transmita a los alumnos. 


Todavía tenemos fresca la noticia de que el instituto Félix Rodríguez de la Fuente de Sevilla le ha aprobado de golpe a un alumno de 2º de la ESO las ocho asignaturas suspendidas que tenía. Ni siquiera iba a clase. La madre puso una reclamación y los profesores, que días antes habían ratificado todos los suspensos, se echaron para atrás y le cambiaron las notas. Simplemente, la directora dijo que tenían que aprobar al alumno.


La educación merece nuestra atención preferente, porque anda mucho en juego, para el presente y para el futuro: el futuro es lo que ahora se cuida o descuida, no se improvisa.

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