No apto para quejicas

Centro de Salud de Madrid.
Centro de Salud de Madrid.

Estas líneas recogen impresiones y opiniones el clima de queja que nos rodea. Quien desee ser un quejicas, es mejor que no las lea. Si se encuentra bien y cómodo, en esa situación, que siga en ella. Sin embargo, para quien quiera encontrar estímulos para complicarse un poco la vida, aportar, participar, y dejar de ser un quejica, pienso que puede encontrar razones en estas líneas para implicarse en la vida, en la familia, en la sociedad.

“Quejarse es el pasatiempo de los incapaces”, leí hace un tiempo, y me pareció que refleja parte de la realidad. Ojalá sea una percepción o impresión mía, y que los lectores tengan otra impresión: vivimos en una sociedad de quejicas convulsivos, constantes.

Basta recordar las últimas conversaciones o las noticias que se reflejan en los medios de comunicación: todo genera un sinfín de quejas. La Sanidad, la educación, la situación económica, el paro, la Iglesia y la actitud de los católicos, la juventud, los patinetes y ciclistas que circulan por nuestras calles: cada uno puede completar esta lista. 

Quejarse es el remedio de quien es incapaz, pero sobre todo de la persona cómoda. Quejarse, lamentarse por todo, es muy cómodo: es la técnica de trasladar siempre a los demás la responsabilidad, situándonos a nosotros mismos en un trono de juez, en vez de plantearnos qué podemos hacer para mejorar eso que nos molesta tanto. Es cierto que no está en nuestra mano cambiar ciudades o países. Lo que sí está en nuestra mano es hacer algo, o empezar por reconocer que parte del problema somos nosotros mismos.

La queja es muy cómoda. Más que remedio de los incapaces, es la solución de los comodones que se refugian en la pasividad. Si siempre son los demás los culpables de una situación, nos refugiamos en nuestro mundo de caprichos u opciones, aislándonos, en vez de intentar sumar remedios. 

Algunos argumentarán desánimo. Es humano cansarse y desanimarse, pero también es humano tener muy grabado que todo lo que vale cuesta, y hay que superar el cansancio o el desaliento: en el fondo, es muy cómodo alegar que se está desanimado, la excusa perfecta para un mundo que nos podemos fabricar en donde solamente hay un ser casi perfecto, que es uno mismo. Lo único que no sale adelante o no se mejora es lo que no se intenta: a veces, sale; y otras, no.

Algunos ejemplos me parecen elocuentes de esta queja que nos embarga.  La situación política y la falta de democracia interna en los partidos. Se tolera, pero no se reclaman medidas eficaces. Es la fotografía perfecta de la pasividad. Hay poca afiliación y todavía menos participación. La queja sistemática de la falta de calidad de nuestros políticos no va acompañada de medidas, propuestas, acciones. ¡Nos conformamos con votar – y a veces, ni eso – cada cuatro años!

Nos quejamos de la deficiente atención sanitaria, una Sanidad que se ha ido deteriorando: casi nadie comenta que muchas citas solicitadas por los pacientes se quedan desiertas, porque el paciente no acude ni avisa, llegando en algunas consultas a una cuarta parte de los que han pedido cita. Me parece una falta de civismo muy considerable, porque eso impide que otros pacientes vayan, y lo fácil es quejarse de que nos den cita para dentro de una semana.

¿Soluciones?  Un amigo médico, que sufre este elevando número de ausencias, me decía que parece que lo único que nos mueve es lo económico: apuntaba que pagáramos 20 euros, por ejemplo, al solicitar cita, y que se recuperaran incluso al acudir a la consulta. Será muy discutible esta propuesta, pero otro apuntaba que costase 5 euros la petición de consulta.  Toda la responsabilidad de la Sanidad se achaca a los gobernantes, que tienen una gran parte de responsabilidad, pero no son los únicos.

 

Otro ejemplo: el fracaso escolar y el bajo nivel de la enseñanza obligatoria. Apenas hay madres o padres que se impliquen en muchos Consejos Escolares o AMPAs, o recojan firmas, o reclamen medidas ante deficiencias graves a la Dirección o la Consejería. Quejarse no basta: hay que actuar. Los problemas de los hijos han de abordarlos los padres.

También es cierto que puede haber en nuestra vida parcelas en las que nos esforzamos, no nos quejamos, y otras sin embargo las dejamos para el “reino del lamento”. Es cuestión de prioridades o pluralismo, pues tampoco se debe caer en el “quijotismo” de querer meterse en todo y a toda hora, actitud ineficaz y agotadora, para uno mismo y para los que conviven con nosotros. Es agotador vivir con una persona así.

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