Gallardón que estás en los cielos

Alberto se apresuró a despachar con prisa el discurso más largo de la sesión inaugural del decimoquinto Congreso Nacional del Partido Popular. Según reconocieron después algunos compromisarios, de atropellada que resultó la arenga, apenas hubo tiempo para asimilar lo que Gallardón iba diciendo.

Analizando después sus palabras, hay al menos un par de puntos de gran interés. En primer lugar, el papel de “voz discordante” interpretado por el regidor madrileño. En el naranja recinto Ferial Juan Carlos I de Madrid, Gallardón ha sido el único político “popular” capaz de entonar un lúcido “mea culpa” colectivo sobre las causas del fracasado 14-M.

Algo –reconozcámoslo- hemos hecho mal, se atrevió a decir Gallardón: exceso de optimismo, menosprecio del contrario y error en la transmisión del mensaje. Nada que objetar, digo yo, sino más bien todo lo contrario.

El segundo punto que llamó la atención fue su propuesta “regeneracionista”. Trazado el diagnóstico, el Alcalde de Madrid desveló –quizá por vez primera en voz alta- su visión de lo que debe ser el Partido Popular del futuro: apertura hacia la sociedad, que pasa por una redefinición del propio ideario.

“Tenemos que abrir la mente –aseguró- a nuevas soluciones, no para perder nuestros principios, sino para verlos cumplidos en un tiempo de cambios”. “Si queremos ser el partido de la mayoría tenemos que identificarnos con ella”. Es preciso acercarse a ese grupo de españoles que todavía manifiesta “que nunca votarían al Partido Popular”. Diálogo, consenso, intercambio de ideas para llegar a ellos.

Huir de la intransigencia, de fanatismos o planteamientos radicales y una apuesta por la libertad, la cultura y la moderación. Es preciso –dijo- “establecer una ‘nueva complicidad’ con importantes sectores de la sociedad que en muchos casos manifiestan un cierto distanciamiento de nuestro Partido”.

Y, por ir concretando: promover reformas legislativas que garanticen la estabilidad del proyecto vital de todos los ciudadanos “cualquiera que sea su orientación sexual” –alusión a gays, lesbianas y transexuales-, incluyendo la adopción de menores. Atender, en fin, a las aspiraciones de los ciudadanos, “sin que sus propuestas se vean condicionadas por ninguna confesión religiosa, corriente ideológica o postura particular”.

Y así fue cómo Alberto Ruiz Gallardón lanzó, desde el séptimo cielo en el que parece instalado, su apuesta por un Partido Popular basado en principios aconfesionales, desideologizados y carentes de cualquier opción individual. El PP debe adaptarse a los tiempos, propugna Gallardón, bajando de los cielos particulares a la tierra del consenso moderado.

Hace meses, una persona del entorno de Alberto –como lo llama siempre que se refiere al político madrileño- insistía en su profunda convicción de que Aznar se equivocó al prescindir, en la carrera sucesoria, del Alcalde de Madrid. En su haber, mencionaba su irresistible comportamiento en todos y cada uno de los comicios que ha afrontado, con una derecha fiel a la hora de darle su voto (“aunque sea con una pinza en la nariz”, apuntaba gráficamente) y una izquierda capaz de abrirse al candidato más centrado de la formación.

 

Por eso, decía este político, Mariano Rajoy debía apostar ahora por una especie de bicefalia estructural, con él mismo de presidente y controlador de la maquinaria popular y Gallardón de candidato del PP a las próximas elecciones generales.

Nada de eso parece haberse escenificado en el Campo de las Naciones. Gallardón ha escalado puestos, hasta encontrar un lugar entre los vocales de la Junta Directiva Nacional del PP y pasar a integrar el selecto grupo de invitados por Rajoy para formar parte de las restringidas reuniones de “maitines”.

Ahora queda por ver si la mayoría de los votantes del Partido Popular son capaces de entender esa bicefalia celestial –que no “di facto”- que se visualizó este fin de semana en Madrid.

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