Mira qué cara, qué senos, qué figura

Me topé hace unos días con este lema mientras ojeaba la prensa: mira qué cara, qué senos, qué figura. Y sí. Se trata de la misma compañía del “lifting” y la cirugía estética que montó aquella bochornosa salida a Bolsa, en junio pasado, cuando su presidente, José María Suescun, apareció rodeado de medio centenar de modelos disfrazadas de insinuantes enfermeras. Una puesta en escena machista y circense, que fue denunciada por sexista por el Consejo General de Enfermería ante la Vicepresidenta del Gobierno, por la propia ministra de Sanidad y el ministro de Trabajo. Sin embargo, al menos estos son coherentes. Si esgrimen el bisturí como solución a los problemas del mundo, lo hacen hasta el final y a cara descubierta. Y, el que no quiera, que no compre. Venden la apariencia como felicidad, algo que tiene una importancia crucial para esta sociedad del espectáculo, poblada de simulacros. Donde lo que se valora es el brillo, la bengala fulgurante. Nos da igual que se trate de claridad prestada, de puro reflejo, de luz artificial. Cara, senos, figura. Lo vemos hasta en la vida política nacional, y perdónenme el salto mortal pero es adonde iba. Sólo hay que preguntarse un momento, cuando nos acercamos a los dos años de legislatura, qué es lo que le preocupa a nuestro Presidente. Y ahí lo tienen: el espejuelo, la fachada, la pose. Se trata de transmitir sensaciones, pegar bien entre los ciudadanos, al margen de si el camino emprendido para lograrlo es el correcto, el bueno o el verdadero. El rostro de España miraba este fin de semana hacia ETA. La paz ansiada. El primer charco en el que se ha metido solito Rodríguez Zapatero. Y todo, por la cara. Nadie empujó al Presidente a esta encrucijada, podrán decir los libros de historia que no editen Santillana ni los revisionistas de Esquerra. No hacía ninguna falta ‘tontear’ con la serpiente, porque la asfixia policial, política y social era de tal magnitud que todo hacía pensar en que el sacrificio de tantos (también de muchos prohombres de la izquierda sensata, es bueno recordarlo) nos acercaba al final. Pero no. Zapatero tiene otros planes. Antes que nada, perpetuarse en el poder. A cualquier precio. Lo primero es legítimo y, vistas las actitudes demostradas por José María Aznar en el tramo final de su mandato, uno reconoce que podía ser hasta necesario. Pero lo del “a cualquier precio” no, señor Presidente. Dar “vidilla”, minutos de gloria, a los independentistas de Esquerra ha sido algo temerario. Sin embargo, el Gobierno quedó encandilado ante estos senos y acudió pronto al envite. Así fue como se metió, él solito también, en el avispero de la tramposa negociación del “Estatut”. Decidió modelar una nueva figura (mira qué figura) de España y, cuando se encontraba en medio de la batalla, rodeado y confundidas las huestes, gritó aquel singular y moderno “prietas las filas”, que en León debe sonar a algo parecido a ese “como sea”. Si Gas Natural tiene que tragarse Endesa para contentar al empresariado catalán, pues adelante. Con un par, que aquí está el Presidente para hacer fuego de cobertura. La cosa se complica con la aparición de una compañía extranjera como E.On, que, aplicando las leyes del mercado, pone sobre la mesa una oferta que supera en casi un treinta por ciento el precio ofrecido por la gasista. Sin embargo, yo no doy un euro por los alemanes. Si a Zapatero se le ha metido entre ceja y ceja que Endesa debe ser para Gas Natural, adiós muy buenas. Lo hará “como sea”, y pasará por “lo que sea”, hasta lograr la figura deseada. Dicen que el amor noble y espléndido de padres y educadores está siendo sustituido hoy por el emotivismo, por esas demostraciones ostentosas de cariño de los progenitores en los aeropuertos —por ejemplo-, donde el niño parece que, en vez de poner rumbo por una semana a la casa de la abuela en Badajoz, parte como voluntario hacia Afganistán, de donde nadie sabe si volverá vivo. A la mayoría de nuestros políticos de hoy les pasa algo similar. Ya no nos quieren: nos adulan, nos seducen, nos toleran porque, en el fondo, no nos aman. Son tremendamente emotivos pero capaces de cualquier cosa (cara, senos, figura) por comprar nuestro favor. Pena de país.

 
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