Super Franco. El regreso

José Luis Rodríguez Zapatero nos convenció de que había llegado la hora de la regeneración democrática de este país. Vivíamos en una nación hecha unos zorros, nos dijo, con Urdacis instalados en la televisión pública, con comisarios políticos en las principales instituciones del Estado, con un Ejecutivo totalitario, mandón y ausente del hemiciclo, un gobierno antidemócrata como la copa de un pino.   En algunos diagnósticos no le faltaba razón. Y le creímos. Y salió elegido presidente. No quiero detenerme en aquellas manifestaciones populares “espontáneas”, difundidas a través de la democrática SER, y en aquellos mensajitos de móviles con el “Pásalo” que le llevaron en volandas hasta La Moncloa. Dejémoslo estar. Hay suficiente con lo que ha venido después.   El jefe del Ejecutivo nos habló de la nueva era de los consensos y uno de los temas básicos del Estado, como es el diseño del mapa autonómico, se está cerrando –vía estatutos- con un grave enfrentamiento derecha-izquierda. Nos habló de transparencia y consultas pero el delicado frente del diálogo con ETA es todo menos transparente y no hay diálogo con la oposición. Nos habló de nombramientos pactados y el “pucherazo” del Banco de España ha finiquitado bruscamente un largo periodo de acuerdos gobierno-oposición en esta materia. Y nos habló de educación y cortesía institucional, mientras insultaba al pueblo norteamericano por no entender que la bandera de las barras y estrellas es de una nación entera y no de ese George Bush al que uno puede denostar todo lo desee.   Me reservo lo mejor para el final. El Gobierno socialista que preside el político leonés nos sedujo con un discurso de tolerancia, respeto y mano tendida, dialogante y abierto, muy alejado de la crispación precedente. Sin embargo, detengan su mirada por un momento sobre eso que se ha venido a llamar “la recuperación de la memoria”. En mi modesta opinión, se trata de un asunto de gran trascendencia, que amenaza con desgarrar de nuevo en dos este país.   Fuera las estatuas ecuestres del dictador, fuera las letras de cal que animaban a luchar por España desde un promontorio leridano, adelante con ese estudio para hacerle un “lifting” a medida al Valle de los Caídos y convertirlo en un balneario, un parque de atracciones o un rocódromo de nivel internacional, y luz verde a una Ley de la Memoria Histórica pensada para rehabilitar a los republicanos que sufrieron la represalia franquista.   Que quede claro. Probablemente haya que dejar España limpia de estatuas de Franco, darle una nueva función al Valle de los Caídos y honrar la memoria de los exiliados. Pero considero que habría que moverse por estos andurriales con un poco más de prudencia… salvo que lo que se pretenda sea precisamente agitar el avispero. Entonces sí. En ese caso, afrontar un protocolo para las exhumaciones de fosas o saldar cuentas sobre los juicios sumarísimos contra comunistas y sindicalistas no sería un completo despropósito sino el mejor modo de obtener lo que se pretende.   Todavía hay lugar para la esperanza pues aún queda mucha gente con sentido común. Por ejemplo: contra la citada Ley de la Memoria Histórica, cuya propuesta ha prometido aprobar el Gobierno antes de que concluya este mes de julio, se han alzado voces también desde la izquierda, como la de un personaje tan poco sospechoso de ser tachado de franquista como es el historiador Santos Juliá. En un artículo suyo, publicado recientemente en el diario El País, Juliá ofrecía dos claves importantes sobre este asunto, que expongo aquí de manera sintética:   -- La única declaración política posible sobre el pasado es el reconocimiento moral de todas las víctimas de la Guerra Civil y de la dictadura. De todas. Por lo demás, mejor será dejar al cuidado de la sociedad y fuera del manejo instrumental de los políticos la tan asendereada memoria histórica. ¿Una revisión de las injusticias más allá de una declaración moral o de medidas reparadoras? En ese caso, tendrán que venir los jueces, buscar culpables, abrir procesos, llamar a testigos, recoger pruebas, escuchar a fiscales y a abogados defensores, y sentenciar. ¿Sobre hechos sucedidos hace decenas de años? No parece fácil, ni conveniente.   -- Nunca habrá una sola memoria histórica sino “memorias históricas”, a no ser que se imponga desde el poder. Y por eso es absurda y contradictoria la idea misma de una ley de memoria histórica. ¿Qué se legisla? ¿El contenido de un relato sobre el pasado? El empeño no sólo carece de sentido, sino que revela una tentación totalitaria: no puede elaborarse un único relato sobre el pasado porque ningún pasado –menos aún el de las luchas a muerte- puede conservar idéntico sentido para todos los miembros de una misma sociedad.   Más claro, el agua. El presidente de la regeneración democrática, la moderación y la nobleza corre el riesgo de caer en aquello que tanto reprobaba hace dos años: el totalitarismo. De ahí que me atreva a ponerle título a este melodrama: Super Franco. El regreso.

 
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