Javier Fumero

Pues yo insisto: el humor no es un bien absoluto

Mota vuelve al cine con Abracadabra. Y vuelve para hipnotizarnos a todos. Foto: Álvaro García Fuentes (@alvarogafu)
José Mota volvió a protagonizar, con éxito, el especial Nochevieja 2018. Foto: Álvaro García Fuentes (@alvarogafu)

Me van a permitir que retome esta columna y comience el nuevo año con un tema un poquito denso. Pero el especial de Nochevieja de José Mota –genial en líneas generales, como es habitual en él- ha vuelto a incidir en un asunto interesante: los límites del humor.

El anuncio de Campofrío presentado esta Navidad es un monográfico al respecto, pero Mota vuelve a tratar la cuestión y lo hace con toda la intención del mundo. Días antes, en la presentación del programa, explicaba: “Una sociedad que no abraza el humor está un poquito enferma”.

Y es precisamente este enfoque el que a uno le desasosiega un poco. Defiendo la libertad de las personas con pasión. Apuesto por un Estado poco invasor en la autonomía de los ciudadanos, por una sociedad que imponga muy poquitas cosas, que confíe en el libre desempeño de los hombres.

Y, junto a esto, hay algo dentro de mi que no cesa de repetir que el humor debe tener límites. Por ejemplo, si un cómico se ríe de mi madre. ¿Cómo se justifica eso?

Lo tengo muy claro: la risa es un bien grandísimo. Con todo lo que eso lleva consigo: tomarse a broma en primer lugar a uno mismo, enfocar con un punto de distancia las cosas, encontrar un lado positivo a todas las circunstancias, no dramatizar en exceso, colaborar a crear un ambiente agradable a nuestro lado…

Pero entiendo que eso no es un bien absoluto. Hay temas sobre los que no está bien hacer bromas. Sería una imprudencia, puede ser de mal gusto o resultar directamente una ofensa. El ejemplo clásico que se suele poner en estos casos es el del chistoso que, por hacer una chanza, se levanta a oscuras en medio del cine y grita: ¡fuego!

¿Debe esto cambiar? ¿Y si el afectado insiste en que para él ese gesto es una sátira intencional, una obra de arte transgresora que denuncia –llevando al absurdo- los miedos creados de forma artificial por esta sociedad del bienestar? ¿Se coarta la libertad de las personas si uno le pide responsabilidades a ese cómico por los muertos causados quizás en el tumulto que se formó en la puerta de la sala de los que huían de ese supuesto incendio?

Termino insistiendo en que el tema no es sencillo. Por dos motivos. Primero por esa extraña sensación que a uno le queda tras ver el citado anuncio de Campofrío: ponerle límites al humor es tachado de cavernícola, retrógrado y contrario a los derechos humanos. Parece, al menos, excesivo.

Y segundo, cuando veo que bastantes defensores de esta liberación cómica son los que promueven, en paralelo, una legislación que persigue el llamado delito de odio. Ahí dentro se incluyen modos de pensamiento considerados dañinos y entonces parece justificado (y hasta muy conveniente) restringir la libertad de expresión por un bien mayor: la defensa de valores como el feminismo, la igualdad, los derechos LGTBI+…

¿En qué quedamos?

 

Más en twitter: @javierfumero

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