Antropoceno

Con tanta intensidad lo hace, que el ensimismamiento generalizado nos ha convertido en politeístas de nosotros mismos. El hombre en el centro, sí, pero especialmente para mirarse al espejo y preguntarse quién es el más bello.

Mientras esto sucede, al ser humano le cuesta hasta asegurar su propia supervivencia como especie, cuando defiende a ultranza a otras. El suicidio demográfico que asola a Europa, y significativamente a España, es posible que participe también de este enamoramiento súbito a nuestros ombligos. Esta sacudida recia de narcisismo, que adopta infinidad de modalidades, impide hoy ocuparse de la progenie, algo incompatible con el moderno way of life y, desde luego, con cualquier forma ortodoxa de pensar y actuar en la carpa circense reinante. A este paso, pronto las calles estarán repletas únicamente de esos llamativos ancianos maquillados y entintados que no paran de hablar de sí mismos, rodeados de sus chihuahuas. Y, también, de animales salvajes a los que algunos majaderos impiden regular en sus poblaciones, por inventados motivos ecológicos, al tiempo de alentar o ponerse de perfil cuando de la cruel muerte de una indefensa criatura humana se trata. “Tengo entendido que los que defienden el aborto ya han nacido”, como con trágico sarcasmo dejó dicho aquel gran presidente norteamericano.

Un hombre que puede dar su nombre a una era geológica, por supuesto, pero que no es capaz ni tan siquiera de asegurarse su propia existencia como género. Así pueden sintetizarse estos tiempos presididos por la mirada corta, por la obsesión por el ahora mismo, por el escaparate estéril. El espacio para la proyección del mañana, en términos personales, familiares o sociales, cede a la magnitud del presente, en el que no cabe más que el consumo a granel de productos ligeros, que no compliquen la vida, y del cuento chino de la presunción, disfrazada de múltiples ropajes, desde la puerilidad del Instagram hasta la vanidad enfermiza de quienes se lucran personalmente de méritos u oropeles que pertenecen a terceros o bien han sido posibilitados por ellos.

Vivimos en la época del hombre, claro, pero no logramos tampoco alcanzar la madurez suficiente para concluir que existen ideologías que nos han llevado a la catástrofe. No es que falte ese consenso, es que por Europa se extienden de nuevo corrientes de signos extremos, de uno u otro color, que no hacen sino rememorar lo peor de la condición humana. Resulta inexplicable que esto suceda además precisamente aquí, cuando aún no ha cicatrizado el acabose del pasado siglo.

Son también los tiempos de otras muchísimas cosas buenas, de espectaculares avances en numerosos terrenos, del resurgimiento de tantas conciencias dormidas, de progresos de ciencia ficción en la vida real, pero todo ello un tanto oscurecido por el hechizo del hombre hacia si mismo, quién sabe si un espejismo que puede acabar con él.

Que el Antropoceno nos sea leve.

Javier Junceda.

Jurista.


 
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