Asturias

Oskar Proy
Oskar Proy

Su inclinación a la diáspora ha sido y es legendaria: al igual que Hemingway no encontró puerto sin marineros estonios, tampoco es sencillo descubrir rincón del planeta sin presencia asturiana. Aunque comparta con otros pueblos esta propensión nómada, en el caso de Asturias resulta chocante, por tratarse de un solar colmado de riquezas que ni debería obligar a partir por necesidad ni en búsqueda de mejor sitio por otras razones. Es más: pese a que el asturiano se aleje, retorna una y otra vez, como el salmón a sus fecundos ríos, algo que profundiza aún más en ese enigma errante de los naturales del Principado.

La nómina de astures desperdigados por el mundo es antológica. Recién llegado a su hotel de Hanoi, tras volar día y medio desde el aeropuerto de Ranón con mil escalas de por medio y tener que sortear a su llegada un severo tifón con el agua hasta el tobillo, un noreñense se sorprendió al ser abrazado calurosamente en la recepción por un paisano suyo que merodeaba por allí y le había escuchado su inglés con acento asturiano. En Trujillo, la hermosísima e histórica ciudad del norte peruano, unos de sus más céntricos establecimientos de hostelería se llaman el Asturias y el Oviedo y la más importante marca de ron de la zona lleva el nombre de Cartavio, un encantador pueblecito de Coaña, en la costa occidental de la región astur. Hace unos días, el nieto de una emigrante de Cangas de Onís emocionó a millones de australianos entonando el “Asturias, patria querida” en un célebre programa televisivo en las antípodas. Imposible tarea la de conseguir un catálogo exhaustivo de las historias protagonizadas por los asturianos a lo largo y ancho de la tierra, tanto en el pasado como en el presente, quizá porque este fenómeno migrante imprime un talante singular a estas gentes, permitiéndolas de paso huir de nacionalismos sectarios y de otras neurosis colectivas tan en boga.

Lo que los estudios sociológicos reflejan acerca de la extraordinaria imagen externa de Asturias es posible que responda a la realidad. Ayuda mucho que sus paisajes sean de los más bellos de la península y su naturaleza inigualable, que su gastronomía e historia sean tan reconocidas o que la cuna espiritual de Europa se ubique precisamente en una sencilla gruta del monte Auseva. Pero lo fundamental de ese liderazgo social acaso surja del carácter del asturiano como persona noble y campechana, directa, emprendedora y simpáticamente fanfarrona, escéptica y chovinista según se tercie, con fina ironía y férrea determinación de no dejarse embaucar por el primero que llega, y que también sabe disfrutar, me temo que a veces con liviana moderación, de los placeres terrenales.

Preguntado Churchill qué opinaba de los alemanes, contestó que no podía dar una respuesta, porque no los conocía a todos. Esta sabia afirmación es predicable de cualesquiera otros ciudadanos de una u otra parte. Pero eso no quita para que, sin caer en estereotipos, puedan distinguirse ciertos atributos entre los individuos de determinada procedencia. Los que reúnen los asturianos son desde luego francamente seductores, como certifica la estadística, acaso por fundarse en rasgos naturales y espontáneos, alejados por definición de la doblez y cálculo interesado tan extendidos por otros lugares.


Javier Junceda



 
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