Brexin

Londres.
Londres.

Lleva siglos siendo metrópoli, algo que se percibe en las razas con que uno se cruza en el transporte público. No hay nada que llame la atención en el trato del británico al que no lo es, quizá porque se han acostumbrado a convivir con la diversidad. En la actualidad, su alcalde es hijo de unos inmigrantes paquistaníes llegados en la década de los sesenta del pasado siglo, un chófer de autobús y una costurera. En el referéndum del Brexit, votaron mayoritariamente su permanencia en la Unión Europea, como sucedió en otras populosas ciudades británicas. No es de extrañar que la fórmula del éxito londinense, capital financiera y de los negocios mundiales, o destino turístico de primer orden, haya contribuido a ese resultado electoral en la circunscripción. Algo parecido, por cierto, ha ocurrido en Cataluña, con una Tabarnia urbana y próspera alérgica a la independencia frente a una ruralidad anclada en falsos mitos o simples supercherías.

Aunque se aprecie por todos lados ese toque cosmopolita, los londinenses han sabido conservar sus tradiciones como pocos. No me refiero solamente a los pasos no de cebra con tramos irregulares, a su volante a la derecha o a la conducción a la izquierda. Tampoco a su exquisita corrección en las formas, rayana en ocasiones con la hipocresía, o a los fish and chips. Hablo del orgullo hacia su pasado, y en especial a su liderazgo en tantas regiones del planeta, que simbolizan con tanta fidelidad en su monumentalidad urbana. El catálogo de próceres que han proporcionado a la historia de la civilización es verdaderamente notable. En cualesquiera ámbitos, los ingleses han poblado las enciclopedias de personajes de relieve, que acostumbran a homenajear por doquier en sus plazas y avenidas, majestuosamente unas veces y otras de forma mucho más sobria. Un edificio viejo y desvencijado, pero con una placa de mármol en su fachada informando de quien fuera su ilustre morador, sirve en ocasiones para subrayar su esplendor.

La riqueza urbanística londinense es también testimonio de esta querencia a las raíces. Los principales barrios residenciales e institucionales conservan una arquitectura imponente y cuidada, alejada de esos inmuebles de nuevo rico que tanto proliferan en otros lugares. El aire compacto de los edificios en las zonas donde se enclavan, pese a la diferencia de estilos, permite identificar a unas gentes singularmente devotas de sus orígenes y costumbres, con alguna excepción que confirma la regla, como la Casa Portcullis, enfrente del Palacio de Westminster, que inexplicablemente echa abajo el ambiente estético en uno de los lugares más visitados de la tierra.

 Todos estos elementos convierten a Londres en una ciudad que siempre invita a volver. Han mantenido sus esencias sin necesidad de adulterarlas, sino cuidándolas con esmero y elegancia, subrayando su importancia. Tampoco han perdido el tiempo en borrar las huellas más oscuras de su pasado, como las torturas o decapitaciones de su celebérrima Torre real en la ribera del Támesis, sino que las exhiben como un episodio más de su historia, aprovechándolas como recurso turístico y sin tratar de llevar absurdamente los planteamientos actuales a aquellas pretéritas épocas.

Aunque finalmente se materialice el Brexit, algunos seguiremos ejerciendo por más tiempo el Brexin, retornando a esa capital del mundo para poder aprender, sin complejos, lo que es una nación grande, que se quiere a sí misma.


Javier Junceda

Jurista


 
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