España

Subir al Tibidabo en un día de suave garbí a divisar al mediterráneo mecer a una Barcelona hecha a cartabón, levanta el espíritu. El mar de niebla que se adivina desde la cueva de la Santina en Covadonga, haciendo sobresalir unos riscos cargados de historia y leyenda, estremece. Comer torta del casar en familia en la plaza porticada de Plasencia; pasear descalzo por la playa del bikini de Santander; disfrutar las grutas del Sacromonte gradino; oler el pescaíto frito al costado de la catedral de Cádiz; traspasar los solemnes muros de El Escorial; bañarse en Ondarreta antes de almorzar en el tenis de San Sebastián..., los españoles no sabemos lo que tenemos en España.

De Almería a Navia, nos rodea un paraíso colmado de una naturaleza y una historia verdaderamente fascinantes. La extraordinaria red de vías de comunicación y transporte puestas en marcha tras nuestra incorporación a la Unión Europea, permite los desplazamientos de un lado al opuesto en condiciones impensables hace apenas unos pocos años. La extensión por el territorio nacional de servicios de todo tipo, hace que viajar por España no sea ya una aventura, algo también imposible décadas atrás.

Hemos sabido construir una nación imponente. Una joya. Nada que ver con esa imagen catastrófica que forzadamente se nos hace ver por quienes la utilizan por deplorables intenciones políticas. Con problemas, algunos muy importantes, pero también con inmensa capacidad para solventarlos, como bien recuerdan nuestros mayores de sus propias experiencias. No responden a la realidad los mensajes apocalípticos que cada dos por tres escuchamos: España ha prosperado en términos espectaculares en los últimos treinta años, algo que reconocen quienes nos conocieron entonces y lo hacen de nuevo ahora.

Esta realidad incontestable ha sido consecuencia de una clase dirigente responsable y de alta calidad. Los diferentes gobiernos de distinto color que se han sucedido en democracia, han liderado ese colosal despegue que deslumbra al mundo. De ahí que se haga tan necesario ahora reivindicar unos políticos de categoría, preparados, que sean capaces de recoger el testigo y hacernos avanzar, con altura de miras –lo que suele definirse como visión de Estado-, sin enredarse en fulanismos ni pedestres ocurrencias infantiles.

Hemos de estar bien orgullosos de ser españoles. Sin complejos. Sin exclusiones. Con la certeza de que pertenecemos a una gran nación con formidable riqueza, plural, casi un continente en un país, con tradiciones diversas que al unirse no encuentran parangón. Ser españoles que lo somos por el hecho de ser asturianos, riojanos, murcianos o canarios. E pluribus unum, como sabiamente reza el lema de Estados Unidos, esa otra gran nación hermana que ha sabido erigir de la diversidad su esplendor.

 
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