Como Hillary Clinton

No digo que su formación la hiciera en una escuela primaria o secundaria de niñas, sino que su carrera en ciencia política la cursó en un centro universitario exclusivo para mujeres, muy prestigioso por cierto. En Estados Unidos, no solamente existen colegios de niñas, sino también numerosas universidades para mujeres.

Como si la educación en España no tuviera más retos que afrontar, de vez en cuando asoma el tema de la concertada y el de los colegios que no son mixtos. A estos últimos se denominan hoy con diferentes calificativos, pero prefiero utilizar los términos tradicionales y que todos entendemos: colegios de niños, de niñas y mixtos. Buena parte de la población española que frisa los cuarenta, y de ahí para arriba, hemos estudiado en centros no mixtos, gestionados por las diferentes órdenes religiosas. Y que yo sepa no se han diagnosticado grandes patologías colectivas, ni males mayores que guarden relación con este hecho. Tampoco creo que se hayan suscitado entre quienes acudieron tan ricamente a colegios mixtos, por supuesto.

Lo que está en debate aquí es el tema de siempre: la machacona insistencia del igualitarismo en querer imponerse sobre la libertad, en este caso educativa. Las opciones de enseñanza diferentes, dentro de un contexto que las acoja en similares condiciones y sin incurrir en desviaciones del marco legal, son en todos los países de nuestro entorno y en las democracias más avanzadas los ejes fundamentales. Truncar estas alternativas, configurando un modelo uniforme, es algo típico de totalitarismos de viejo cuño.

Se alega que en estos colegios no mixtos se vulnera el derecho fundamental a la igualdad, en este caso de sexos. Quien así piense deberá explicarnos cuándo emprenderá acciones contra el Comité Olímpico Internacional o la Liga de Fútbol Profesional, por discriminar a hombres y mujeres en sus competiciones. Ni que decir tiene que si multitud de padres deciden cada día en medio mundo que sus hijos acudan a colegios no mixtos será porque entienden que ello no supone ninguna lesión de los derechos de sus propios hijos, porque si así fuera habrían de ser igualmente sometidas millones de familias al penoso banquillo igualitarista reinante. Si lo hacen, muchas veces con alto coste económico, es porque estiman que una educación distinta a niños y niñas les puede resultar de provecho, como revelan estudios consolidados, además.

Lo propio sucede con la concertada. Igual oportunidad debe gozar una familia para llevar a los suyos a una enseñanza pública o privada. Ese derecho de opción, de eliminarse los conciertos, no se podría conseguir en múltiples casos, por motivos de renta principalmente. Los conciertos, pues, no subvencionan a centros, sino a alumnos que han podido ejercer de ese modo la libre elección de modelo educativo, a pesar de no contar con capacidad económica.

Eliminar los conciertos y limitar la educación a la pública o a la privada no concertada, pues, no solamente constituye un liberticidio, sino que coarta el disfrute de derechos constitucionales a quienes no disponen de recursos, algo que no parece muy coherente para los que tanto enarbolan las banderas frente a los recortes sociales.

Persigamos, en fin, una educación verdaderamente de calidad, tanto pública, como privada o concertada. Mixta y no mixta. Y permitamos la elección efectiva a las familias.

Todo lo demás es secundario.


 
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