Iberia

Iberia, por Javier Junceda.
Iberia, por Javier Junceda.

La creciente corriente favorable a esta integración de los dos países en un único Estado Ibérico se funda en innumerables motivos geográficos, culturales, lingüísticos, históricos y económicos. La proximidad léxica del portugués con el castellano es superior a la del catalán, por ejemplo. Compartimos clima, ríos, espacios naturales, una historia en común, somos uno del otro los principales clientes...

Insignes intelectuales de ambos lados han respaldado también a este iberismo, desde Pessoa a Unamuno, pasando por Cánovas o Menéndez Pelayo. Una lectura detenida de la extraordinaria prensa lisboeta constata que el espejo político en que se miran nuestros vecinos es el español, con sus columnistas analizando las novedades que se generan en Madrid.

En buena medida, la economía ha hecho que esta unión ibérica ya se haya producido. Recorrer los mosaicos empedrados de las ruas lusas es hacerlo por cualquier calle española, rodeados de rótulos con marcas y empresas de capital hispano. El flujo tan intenso de ciudadanos que cruzamos la frontera para disfrutar de las vistas del Mar da Palha desde la Porta Do Sol de Alfama, o para perderse por las empinadas callejuelas del Chiado, convierte a la espera del tranvía en una afable reunión de gentes ibéricas entendiéndose a la perfección, utilizando indistintamente nuestros idiomas o bien empleando con gracia el portuñol.

Así las cosas, quizá el afán iberista esté siendo superado por la realidad. De ahí que la unión política no sea una alternativa inmediata, entre otras poderosas razones porque ello supondría sumar al escenario macroeconómico resultante una deuda pública considerable, sin que tal integración ibérica aporte a día de hoy ningún valor añadido para españoles o portugueses en sus habituales movimientos o inversiones a un lado o a otro de la raya.

A esto se une que una operación de estas características acostumbra a demandar de un consenso popular prácticamente unánime, algo que las estadísticas no creo que reflejen. Entre el porcentaje de los indiferentes más el de los contrarios a Iberia como Estado no parecen recomendar grandes avances en este terreno. En el caso portugués, quién sabe si es como consecuencia de que, como suelen decir allá, de España siguen viniendo “os maus ventos e maus pensamentos”. En España, porque dudo que se aceptara una unión entre iguales en lugar de una integración lusa.

Cuestión distinta es la de potenciar los lazos políticos y comerciales entre la colosal comunidad iberófona, fenómeno bautizado como paniberismo. Esta comprende un total de 756 millones de habitantes en todo el mundo (sin contar los hispanohablantes de Estados Unidos), a más de 22 millones de kilómetros cuadrados repartidos por los cinco continentes y en torno al 10% del PIB global. Esta sensacional dimensión social y económica sin duda exige la creación de un ente institucional de entendimiento en el vasto entorno iberohablante, como los ingleses hacen con su Commonwealth.

Paniberia, en suma, parece a todas luces más interesante que Iberia. Pero, mientras tanto,  sigamos españoles y portugueses viviendo y disfrutando unidos de nuestras fabulosas riquezas, bebiendo Ribera del Duero o Dão, saboreando bacalhau grelhado o pescaíto frito y paseando por la Baixa lisboeta o la calle Uría de Oviedo, sin darnos cuenta de si estamos en España o Portugal. 


 
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