Nueva Llorca

Me respondió que, tras sesenta años viviendo  allí, no me podía contestar sin pensarlo antes mucho. Con todo, lo que he visto y vivido en esas jornadas neoyorquinas me sugieren algunas conclusiones tal vez trasladables más allá de los imponentes rascacielos y los pretzels.

Ni he tenido allí sensación de inseguridad, ni de presión de una megalópolis diseñada para seres de tamaño muy superior al humano. Tampoco me ha parecido que sus gentes padecieran singular angustia, y eso que he tratado de mimetizarme con ese incesante hormigueo que a todas horas transita por la gran manzana. Desayunan o comen muchas veces en la calle, cargando sus alimentos en bolsas de plástico y paseando café hirviendo protegidos por cartón; portan mochilas para sus desplazamientos y nadie callejea sin sus cascos puestos o sin mirar a sus teléfonos móviles. Es decir, nada diferente a lo que en la mayor parte de las urbes del planeta se hace a diario, una uniformidad que denota que la libertad no siempre es garantía de diversidad.

Lo que sí me ha impresionado es la presencia del español en NY. No hay establecimiento o lugar en donde no sea posible hacer uso de nuestro idioma, solo o combinado con el inglés. Se escuchan conversaciones de cafetería en las que tras una frase en castellano siguen otras en la lengua de Shakespeare, sin mediar razón que lo justifique. En el JFK se rotulan los avisos en las dos hablas, así como en la publicidad que exhiben los vehículos. El español, en su fusión más iberoamericana, hace de la ciudad que nunca duerme una capital hispana más, algo que sin duda convierte a nuestra palabra en enorme patrimonio universal, dado el carácter de primer altavoz del planeta que tiene Nueva York.

Mientras en determinadas zonas de nuestro país, debido a una falta notable de perspectiva y sentido común, se penaliza a diario el uso del español en todos los órdenes, en el contexto internacional ya se ve que la corriente es justo la contraria, lo que da muestra de por dónde discurre el futuro imparable de la lengua de Cervantes.

Cierto que la mezcla de español e inglés corre peligro de generar una nueva jerga que comprometa a los dos idiomas, pero los cálculos demográficos en Estados Unidos refieren que, en 2050, la mayoría será hispana, por lo que con ese crecimiento es fácil deducir una inclinación superior hacia nuestro lenguaje, si bien con la incorporación de términos anglófonos. A este empeño de impulsar y proteger el español en Estados Unidos se aplica desde 1973 la Academia Norteamericana de la Lengua Española, una corporación que despliega una benemérita actividad digna sin duda del generoso apoyo financiero e institucional no solamente por parte del gobierno español, sino del resto de países de habla hispana.

La otra España, la que huele a caña, tabaco y brea de la canción de Mocedades, recorre ya unas calles que, pronto, habremos de rebautizar como neollorquinas. 



Javier Junceda

 

Jurista.



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