Orinales

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Nuccio Ordine refleja en su erudito manifiesto sobre la utilidad de lo inútil muchos más ejemplos del carácter inane de la materialidad, censurando su primacía y el abandono de las humanidades o de otros saberes y valores connaturales al hombre.

        Pese a tratarse de un viejo asunto, el triunfo del dinero frente a todo los demás alcanza cotas insospechadas, al hilo de la acusada decadencia de la educación moral en nuestras sociedades. El cura y el médico han cedido su rol en el mundo rural al director del banco y al rico del pueblo. El afán por adquirir riquezas a cualquier precio desplaza hoy cualquier anhelo por acumular sabiduría, razón o bondad, produciendo legiones de ciudadanos acaparadores, neuróticos e infelices.

        Defender el utilitarismo pasa por reconocer su necesario equilibrio con otros factores esenciales para la persona. Aplicarse a fondo en la búsqueda del sustento e incluso del mayor bienestar material posible a través de métodos apropiados no puede ser contradictorio con ningún mandato moral, sino justo lo contrario. Preguntado Milton Friedman en una de sus primeras visitas a España por la función social de la empresa contestó que pasaba por tratar de conseguir el mayor éxito económico para que sus dueños pudieran destinar esas ganancias a aquellas iniciativas que estimasen más convenientes, incluidas las de beneficencia.

        Lo que sucede es que la idea del beneficio por el beneficio se ha instalado entre nosotros, no dejando espacio a otros ámbitos. Valoramos al adinerado aunque se trate de un genuino patán, y despreciamos al modesto doctorando que come en casa de sus padres porque su beca no le llega a fin de mes. Medimos al prójimo por lo que tiene, no por lo que es, en este mundo infectado de narcisismo y postureo.

        Por si fuera poco, los acaudalados de ahora ninguna relación guardan con los mecenas de antaño, salvo contadas excepciones. A diferencia de los que desinteresadamente posibilitaron las grandes obras de arte o literatura durante siglos, que no perseguían más remuneración que la estética o intelectual, en la actualidad ha cobrado forma la detestable tendencia de emplear sus cuartos para saciar vanidades y complejos de inferioridad. No es infrecuente en este tiempo que por medio de una simple transferencia se provea una transfusión de cultura o prestigio académico a la vena del donante, para un escarnio general que cursa con discreción y disimulada ironía por temor a quedarse lejos de la corrección política que lo permite y aplaude.

Campanella sentenció ya en 1623 que “las riquezas hacen a los hombres insolentes, soberbios, ignorantes, traidores, faltos de amor y presuntuosos en su ignorancia”. Y no digamos nada cuando no proceden de sudores propios, sino ajenos.

Dar al dinero el valor que le corresponde, el gran reto pendiente y que tanto urge.


Javier Junceda.

Jurista.

 
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