Trimalción

Los detalles de los opulentos banquetes que organizaba y sus formas presuntuosas de exhibir sus riquezas, quizá constituyan las más antiguas referencias que tenemos del nuevo rico. Todo un manual de ostentación.

Esa mala relación con el dinero de algunos tiene múltiples orígenes. En unos casos, nace de un entorno familiar precario, en el que se presta excesiva atención a unos recursos de los que se carece. En otras oportunidades, es manifestación genuina de un profundo déficit de autoestima o de un notorio complejo de inferioridad, que se pretenden paliar presumiendo de bienes materiales. Otras veces, en fin, por lisa y llana ignorancia, algo que suele ser propio de los ostentosos que son desertores del arado.

El rasgo común del moderno Trimalción es la apariencia. Su satisfacción no la encuentran en los vehículos de gran cilindrada o alta gama –preferentemente descapotados en verano-, ni en las formidables embarcaciones fueraborda de última generación. Lo que les mueve es pasearse con ellos entre las terrazas a la hora del vermú -dando vueltas y más vueltas al ralentí, como en un Scalextric-, o provocar oleaje en los pantalanes mientras aceleran impetuosamente, porque a estos horteras lo que de verdad les apasiona, su principal objetivo, es maravillar al personal.

Aunque existen, no son frecuentes los nuevos ricos que pavonean de sus propios cuartos. Como conocen los sudores que les han supuesto, prefieren por regla general esconderlos discretamente y evitar al mismo tiempo la mirada de Hacienda. Donde más abundan estos peculiares personajes, en cambio, es entre los herederos de los adinerados o sobre todo en los cónyuges de estos, cuyas andanzas en los obscenos terrenos de la fastuosidad a costa de terceros han dado lugar a la mejor literatura, con el patético don Guido de Antonio Machado a la cabeza: “Cuando mermó su riqueza, era su monomanía pensar que pensar debía en asentar la cabeza. Y asentóla de una manera española, que fue casarse con una doncella de gran fortuna; y repintar sus blasones, hablar de las tradiciones de su casa, escándalos y amoríos poner tasa, sordina a sus desvaríos”.

Ser el niño en el bautizo, la novia en la boda o el fiambre en el entierro es lo que más sacia al Trimalción. Nada como ver y ser visto y producir envidia, sentimiento que estos infelices consideran que padecemos indefectiblemente quienes nos limitamos a observar su caricatura, con una mezcla de ternura e hilaridad.


Javier Junceda

Jurista.


 
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