Estar como una cabra

Y que zutanito era un alcohólico porque bebía cerveza de doble malta. Estoy seguro de que los implicados en este chismorreo nunca han visitado un sanatorio psiquiátrico, porque si lo hubieran hecho dudo que fueran tan inapropiados en sus comentarios. La corrala parece haber salido de los libretos de zarzuela y representarse a diario en nuestras vidas.

Mi admirado Victor Küppers lo define mejor que nadie: estamos muy tarados. ¡Ay de quien actúe de buena fe o con naturalidad! se convertirá en el enemigo a batir por ese triste ejército gris uniformado que hace uso, quizá sin saberlo, de las once reglas de la propaganda de Goebbels. La actitud que se salga de la normalización forzada es penalizada sin miramientos, como en las peores épocas de nuestra historia contemporánea.

Con independencia de que este tipo de comportamientos denote la mediocridad, complejo de inferioridad y escasez de virtudes de quien los practica, pienso que apunta también a un problema más hondo: el paulatino abandono de la objetividad y su sustitución por el reino de la subjetividad.

El trabajo impecable, o con resultados satisfactorios, precisa en estos momentos de un plus consistente en ajustarse a los cánones del pensamiento único, aunque ello no aporte nada. A la inversa, quien se acomode a los mismos, aunque ofrezca un balance pobre de éxitos, está fuera de peligro, como sucede con quien ni tan siquiera se mueve para que, cual Don Tancredo, el toro no le alcance. La subjetividad erigida en norma campa a sus anchas y ha trasladado el mundo de las evidencias, de lo contrastable, a una segunda fila.

Quien desafíe al patio de vecindad en que se ha vuelto esto últimamente, corre riesgo de ser tildado de chiflado, y quien no esconda su personalidad verdadera, en todo un John Wayne temerario. La ubicuidad calculada, la apariencia y el no salirse del raíl constituyen las reglas de oro de este momento. Quien se salga de esto, asume riesgos inmediatos, incluidos los laborales. 

Estar como una cabra, hoy, es también escribir cosas como esta. Pero estar tarado es, como indica Küppers, vivir como vivimos. El tiempo que perdemos miserablemente en dimes y diretes, en murmuraciones y marujeos, lo hurtamos al abordaje.de tantísimos asuntos que precisan de nuestra atención. Si lo cronometráramos, nos sorprendería.

Los antídotos más poderosos frente al correveidile colectivo siguen siendo la profesionalidad y la enseñanza moral aplicada. Aquella, donde existe, se centra en lo principal, en lo que toca solucionar. Esta, cuando se pone por obra, no tiene competidores.

Recetemos esos dos grandes remedios para evitar estar tarados. Y, sobre todo, para llenar la vida de un poco de optimismo y sentido común.


 

Javier Junceda

Jurista

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