Claustro amargo

Campus de la Universidad de Navarra.
Campus de la Universidad de Navarra.

Francisco Sosa Wagner une a su condición de maestro del derecho público europeo la de ensayista prolífico y laureado autor literario. Su trayectoria acumula en esos terrenos los máximos reconocimientos, por su formidable capacidad intelectual y la extraordinaria amenidad de su obra. Acaba de publicar Novela ácida universitaria, en la que describe al detalle y con sorna las entretelas académicas actuales, que bien podrían ser las mismas de hace cincuenta o cien años. Para ello, se sirve de la peripecia vital y profesional de una mediocre y rijosa promesa de la docencia que consigue su cátedra tras beneficiarse del pútrido sistema organizado en torno a la universidad pública española, que Sosa desnuda en sus desvergüenzas con arrojo, gracia y amarga mordacidad.

Por el libro desfilan los principales males que abaten a nuestros estudios superiores. Desde el turbio tinglado de cooptación de quienes aspiran a las plazas docentes, hasta las martingalas acreditadoras, pasando por los cuentos chinos investigadores, los enredos politicastros en los claustros o los doctorados honoris causa previo paso por caja. El pormenorizado y deplorable panorama que describe, extraído sin duda de su dilatada experiencia, apunta derechamente a un interrogante que le asalta al lector a medida que pasa las páginas : ¿y dónde está la justicia aquí?.

Todos, menos sus ensimismados protagonistas, sabemos que dentro de los muros de la Academia hay más de un gato encerrado. Y ello no es intrascendente cuando hablamos de dinero público. Puestos de trabajo a los que al único aspirante se le ofrece la desfachatez de escoger a aquellos que le han de seleccionar, orillando cualquier abstención por más que esté proclamada legalmente; caprichosos cambios de criterio en las célebres agencias acreditadoras, y de sus conspicuos analistas, que se pasan la vida evaluándose los unos a los otros sin que nadie les evalúe a todos ellos; jergas esnobs persiguiendo poner en valor e implementar clústeres para empoderar la emprendeduría transversal sostenible; meriendas de negros para obtener financiación a través de proyectos de investigación concebidos para sufragar viajes a sudamérica; o, en fin, carreras meteóricas a lomos del laberíntico y barroco gobierno universitario, sin necesidad de abrir un libro de la especialidad o tan siquiera de intentarlo.

En estos tiempos presididos por el afán de levantar las faldas a las realidades públicas hasta ahora más opacas, sorprende que lo referido a la universidad siga encerrado en las trapacerías de la mejor picaresca del Siglo de Oro. Y que solo tímidamente los jueces comiencen a poner coto a tanto escándalo endogámico, a tanta tosca arbitrariedad e indecencia en infinidad de asuntos, que no se denuncian más porque, como sentenció Burke, para el triunfo del mal basta con que los hombres de bien no hagan nada.

Sosa no retrata ningún pozo de sabiduria, sino una ciénaga en la que chapotean sobre el presupuesto no pocos sujetos a los que nadie les va a pedir explicaciones sobre sus obscenas andanzas, sino que incluso van por la vida repartiendo carnés de ejemplaridad y supremacía moral. Que esta triste coyuntura sea materia de una novela cáustica ya revela el nivel que hemos alcanzado.

Con todo, hay en este amargo relato motivos para el optimismo, como el de aquellos universitarios cabales con que aún contamos y que se resisten a ser arrollados por tantísimo camelo instalado en las Facultades, por tanto pavo real que no llega a patito de goma. Estos serán los que, cuando les den las riendas, podrán conducir a nuestra universidad hacia esa tierra prometida de la ciencia y la enseñanza de alto nivel que España se merece.

Javier Junceda.

 
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