El día internacional del día

Cualquier jornada de nuestra vida no está solo jalonada de lo que pueda deparar el destino, sino del recuerdo a lo que el día internacional de turno sugiera rememorar. Como con el santoral, estas citas deben tenerse en cuenta para no quedar fuera de juego cada mañana. Y, como sucede en él, suelen coincidir varias festividades al mismo tiempo. Al igual que el almanaque acumula santos, también lo hacen estos días mundiales.

Muchas de estas fechas conmemoran episodios históricos, otras aluden a enfermedades o animales amenazados, e incluso algunas evocan figuras patricias desparecidas. Naciones Unidas y sus organismos, con la UNESCO a la cabeza, han sido y son auténticos artífices de estas celebraciones, un calendario laico que debe seguirse ahora como las fiestas de guardar.

Cuando la información cotidiana es anodina, los días internacionales brillan como el sol, porque aseguran páginas en los periódicos y minutos audiovisuales, que luego en el bar se comentan durante la partida del dominó. Todo lo contrario que se produce en épocas de efervescencia, en que pasan habitualmente desapercibidos.

Al margen del respeto, incluso institucional, que merecen determinados días mundiales, y de las recompensas, no siempre inmateriales, que procuran cada año a sus promotores, quizá debiera reflexionarse sobre la patente inflación de estas festividades laicas, y en especial de aquellas que constituyen auténticas gansadas, con todos mis respetos para esta garbosa especie anátida.

Llevado por la curiosidad, acabo de consultar en la red la inacabable relación de estos días. Sin ánimo exhaustivo, descubro días internacionales del pene, del pelo, del inodoro, del orgullo zombie, de los vuelos espaciales tripulados, de los Simpsons o Star Wars, del orgullo friki, del orgasmo femenino, de la pizza de queso, de la comida en lata o del caldo de pollo. Por no citar al blue day, o día más triste del año (que alguna eminencia ha situado en el tercer lunes de enero) y el yellow day, o día más feliz (fijado el 20 de junio, al parecer por decisión de sesudos meteorólogos, que no se si han reparado que cuando en una parte del planeta finaliza la primavera, en otros lugares comienza el otoño). Hay también un nothing day, que es el día mundial sin compras (el 25 de noviembre), o, en fin, el de las tapas, el de saltar los charcos, el de untarse la cara con arcilla o el de afeitarse la barba. Y por ahí seguido.

Bien se comprenderá que resulta complicado tomar en serio todas estas efemérides y otras muchas más que resultan imposibles de reseñar aquí. Pero, dado el nivel de mentecatez que hemos conseguido alcanzar, no es descartable que a los impulsores de estos días les parezca mal esto que escribo, en lugar de hacernos el favor de reunirse bajo el día mundial de la gilipollez, si es que no está aún reservado.

La proliferación de estos días chorra, además, perjudica a los que pudieran considerarse estimables, al coincidir con ellos y desdibujar su importancia, muchas veces focalizada en cuestaciones para financiar proyectos, como se hace por ejemplo con los problemas de salud. Aunque esas dolencias debieran salir a la palestra con ocasión de avances cuando surjan, y ser recordables todo el año o toda la vida, es lo cierto que los ingresos que se obtienen en su día oficial contribuyen a los objetivos de quienes las combaten, de ahí que compartir fecha con otras extravagancias no sea ninguna buena cosa, por diluir el efecto de marketing para el que suelen estar previstos estos días de cualquier cosa.

Sin querer dar ideas, no estaría mal proponer un día internacional del día, en que festejemos que en veinticuatro horas somos capaces de recordar todo lo que este santoral laico distribuye en un año.

Javier Junceda

 
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