¡Hasta en el Vaticano!

Pegatinas en la Basílica de San Pedro del Vaticano.
Pegatinas en la Basílica de San Pedro del Vaticano.

No imaginaba yo que hasta la cúpula más alta y famosa del mundo fuera objetivo de esa morralla que disfruta pintarrajeando y llenando de porquería las paredes ajenas. Si los teleobjetivos que a todas horas apuntan desde la plaza a la cima de San Pedro tuvieran la suficiente capacidad para aumentar la imagen, se comprobarían los estragos que allá arriba perpetran esa caterva de neandertalenses a los que les trae sin cuidado la simbología religiosa de la basílica, su sensacional arquitectura o las insuperables obras artísticas que alberga.

Todo eso sucede, además, en un recinto en el que a cada metro se advierte de la existencia de cámaras de videovigilancia, lo que permite deducir que quienes supervisan o están a por uvas o son cómplices de estas guarradas tipificadas como delitos contra el patrimonio en cualquier lugar sensato del planeta. No sería mala idea, por eso, que a partir de ahora se dispusieran controles de gilipollez en la entrada del templo, porque ya se ve que los métodos tradicionales no están impidiendo profanar el espacio más sagrado del cristianismo.

Con esta clase de asuntos no hay tolerancia que valga. Ni cabe relativizar tampoco su gravedad. Aquellos que no estén para salir de sus covachas, en ellas deben quedarse. Y, si desafían las normas más elementales de comportamiento sobre bienes que no son suyos o el patrimonio colectivo, han de ser  entonces ejemplarmente escarmentados, para que aprendan para otra vez y vayan también remojando sus barbas los que tengan esas mismas estúpidas tentaciones.

Este género de majaderías ha crecido mucho últimamente. Las he visto en otros sitios históricos, en España y fuera, como si existiera intención de degradarlos aposta. No logro entender la razón, porque si a alguien no le interesa algo, con no ir lo tiene arreglado. Pero acudir a esos emplazamientos singulares y ponerse a garabatear simplezas o colocar pegatinas constituye a mi modo de ver un cretinismo mayúsculo, que tiene que ser atajado de raíz como atropello que es a los bienes culturales, que a todos por igual nos pertenecen.

IMG-20191230-WA0002IMG-20191230-WA0004Pintadas en la Basílica de San Pedro del Vaticano.

Cuando el otro día descubrí estas marranadas, me pregunté qué habrían hecho para evitarlo aquellos otros que acompañaban en el turno de visita a estos bárbaros. Tal vez trataron de evitarlo sin éxito, pero más bien presumo que habrán preferido no meterse en líos. Esta indolencia guarda relación directa con un signo de nuestro tiempo: la ausencia de repulsa ciudadana a los ataques al orden y al sentido común, mientras se extienden las manifestaciones populares sobre asuntos prosaicos o simplemente prefabricados. Aquellas son siempre tildadas de reaccionarias, aunque estén cargadas de razón, y estas son acogidas con embeleso, a pesar de su superficialidad o de su indisimulado propósito político.

No deben vacilar las autoridades vaticanas a la hora de cortar por lo sano las prácticas de estas hordas de ignaros. Simplemente con hacer lo que hacen las autoridades civiles de la Ciudad Eterna basta, porque es extraño encontrar en sus tesoros arqueológicos muestras parecidas de incivismo.

Si no lo hacen pronto, apuesto a que su próxima víctima serán los frescos de Miguel Ángel, porque cosas veredes en estos tiempos tan crepusculares.

 
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