Multinivel

Iñigo Urkullu y Pedro Sánchez, en La Moncloa
Iñigo Urkullu y Pedro Sánchez, en La Moncloa

Desconozco al lumbrera que ha engendrado ese prodigioso Estado multinivel que acaba de plantearse a bombo y platillo para conjurar de golpe los fantasmas separatistas. Debe de tratarse de la misma criatura que hace años ingenió aquella España plurinacional con pinta de pandemonio bananero. Lo del multinivel de ahora suena a navaja suiza, a nevera con varios cajones o a detergente de lavadora con suavizante incorporado. Como todavía no se ha hecho público el pormenor de ese fascinante régimen llamado a cautivar al derecho constitucional comparado, me permitirán que conjeture un poco sobre su posible contenido.

Apuesto que con ese multinivelismo pretenderán justificar las diferencias financieras y jurídicas de determinadas tierras frente a las demás, como si los habitantes de unas u otras fueran de mejor o peor condición por el mero hecho de vivir en ellas. Seguro que también perseguirán que el idioma y la cultura españolas sean definitivamente erradicadas en zonas en las que millones de personas siguen haciendo uso cotidiano de esa sabia manera de expresarse, educar y sentir su pertenencia a esta gran nación. No tengo dudas de que con ese multinivel los peajes de las autovías desaparecerán por ensalmo en unos territorios y nunca en los que no hacen ruido político.

Como llevamos más de un siglo problematizando absurdamente lo que somos, continuamos sacando de la chistera extravagantes ocurrencias como estas, que no buscan resolver ningún problema estructural, sino algo mucho más prosaico: conseguir apoyos parlamentarios para alcanzar o retener el poder, como ha sucedido con todos los partidos que han pasado por La Moncloa.

Nuestra democracia no ha sabido desembarazarse aún de ese retorcido condicionante impuesto por las opciones nacionalistas. Su participación en las Cortes sigue año tras año discurriendo por el infame derrotero del chantaje institucional, importándoles un comino las necesidades colectivas del país. Las formaciones con implantación nacional, en lugar de pactar entre sí para evitar estas toscas extorsiones nacionalistas, conviven tan ricamente con ellas, aunque las critiquen cuando lo hace el contrario.

Conocen bien los que saben de leyes que este asunto podría corregirse obligando a superar cierta barrera electoral en todas las circunscripciones para sentarse en el Congreso. O empleando al Senado como auténtica cámara de representación territorial. Lo que no parece de recibo es que a estas minorías se les permita rufianear con lo que es de interés general, contribuyendo a generar un hondo malestar ciudadano en el resto de Comunidades Autónomas.

Digámoslo ya: no hay multinivel que valga, ni pluriespaña, ni nación de naciones, ni confederación o Estado compuesto (y descompuesto). España es una incontestable realidad tanto desde el punto de vista social, como histórico, cultural, físico y hasta metafísico que solo nos cuestionamos aquí por la simple ambición de poder protagonizada por una casta que se dedica obsesivamente a ese deplorable objetivo, porque la política ya solo consiste en eso, como advertía Bauman. Los sempiternos debates sobre una más acertada organización territorial ni pueden ni deben alterar esta evidencia apodícta, que llevan décadas recordándonos nuestros más conspicuos intelectuales y sorprende a nuestros vecinos europeos.

Cansa tener que repetir obviedades como estas, pero no queda más remedio mientras los que están al mando abandonen el sentido común y no dejen de hacerle el caldo gordo a esa cuadrilla de insensatos que se empeñan a diario en acabar con un país de oro molido, que bien merece ser defendido con pasión y razón por su sociedad civil.

 
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