Papanatas 5.0

Ordenador portátil.

La fascinación que la digitalización ha provocado en multitud de almas cándidas será objeto de estudio en los tratados de la simpleza humana. Infinidad de sujetos caen a diario en ese monumental espejismo, considerando a las herramientas telemáticas como un fin en sí mismo, olvidándose de que se trata apenas de un medio -muy sofisticado y en ocasiones eficaz, si se quiere-, pero solo de un medio.

Cualquier cosa que resulte hoy tocada por la varita mágica de lo digital se convierte de inmediato en algo extraordinario, maravilloso, sensacional, aunque se trate de una genuina castaña. No quiero poner ejemplos, pero todos sabemos de productos -hasta académicos- a los que se viste con ese cautivador ropaje y que constituyen un soberano camelo.

Quienes se llenan la boca hablando de lo que sea terminado en 4.0 ó 5.0, mejor estarían pensando en cómo hacer mejor lo que tienen entre manos. El punto com se ha transformado en un poderoso canal de marketing, pero no siempre en algo que certifique ninguna calidad. Nada es feo en la red, ni malo o defectuoso, y sin embargo continúa seduciendo invariablemente a legiones de fieles del novísimo dogma internáutico.

El tradicional timo de la estampita circula ahora por la fibra o por el cable. Se nos vende lo online para que compremos la moto de la modernidad, escondiendo otras intenciones mucho menos confesables, como las de deshacerse de personal en infinidad de actividades, sustituyéndolo por pantallas. No hay detrás de eso facilidad al usuario que valga, ni beneficio que se traduzca para él en un menor coste, sino el simple afán de mejorar las cuentas de resultados empresariales, lo que no estaría nada mal que se reconociese, porque canta demasiado.

Otro dato singular es el del acceso a la incomensurable información de todo tipo que circula por la red, que no tengo nada claro que esté siendo objeto de la debida atención ciudadana. Negroponte advirtió hace años del peligro de estas hordas de ignorantes digitales, que ya nos rodean. Al acceso veloz a esos contenidos sigue con frecuencia un olvido de los mismos con idéntica rapidez, sin dejar poso alguno en quien los haya disfrutado.

Al comienzo de mi vida profesional, tuve que dedicarme años a la consulta del repertorio de jurisprudencia Aranzadi, acudiendo a los índices anuales y de ahí a las voces que guardaran alguna relación con la concreta cuestión jurídica que me interesaba. En esa búsqueda, resultaba habitual que no diera la primera vez con la sentencia que más se ajustara al asunto, sino que debía leer varias antes, que aunque no tuvieran que ver con lo mío se me quedaban grabadas. Todo ese caudal de conocimientos que en ese momento me parecían superfluos, se convirtieron con el tiempo en una biblioteca fabulosa en mi mente, tirando de ellos cuando tuve la oportunidad para un tema que lo precisase.

Todo esto, con los motores de búsqueda que te ayudan a encontrar automáticamente las cosas, ha perdido su sentido, y con él esas capacidades tan importantes y que tanto ayudan a formarte.

Desde luego, un gran avance ha supuesto la revolución digital, siempre que la consideremos como un instrumento y no como ese fin que consideran los tontolabas que confunden la gimnasia con la magnesia.

 
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