Los otros populismos

Quizá los asuntos más técnicos se libran, como sucede con el pilotaje de un avión o una delicada operación quirúrgica, que no permiten dejar espacio a la improvisación, al engaño o sobreactuación, caracteres genuinos de este mal contemporáneo.

Existe, por ejemplo, un populismo religioso, empeñado en convertir los credos en ideologías, especialmente de un determinado signo. Sus promotores insisten en la frase chocante aunque provoque perplejidad, porque lo que parecen buscar es llamar la atención, en lugar de profundizar en la trascendencia del mensaje espiritual, que se dirige a creyentes individuales, y no a muchedumbres enfervorizadas. Este populismo se afana en devaluar la solemnidad que siempre han tenido las cuestiones eclesiales, creyendo ingenuamente que de ese modo se aproximan a más gente, cuando lo que realmente provocan es el desagrado en la grey que persevera en la grandeza y majestad del lenguaje litúrgico. También hay una preocupante inclinación del populismo religioso a ajustar permanentemente su orientación hacia las preferencias sociales del momento, en lugar de hacerlo a la inversa e intentar que estas se acomoden al programa moral en que se funda. Sin reparar que la tradición es consustancial al hecho religioso, abraza novedades que cursan con fugacidad, renunciando a ocuparse de lo que toca, que es lo sobrenatural, no lo mundano.

Esta ausencia de seriedad, que es el germen del populismo, también se advierte en el populismo jurídico. En las distintas profesiones ligadas al derecho, no es difícil encontrar operadores que prefieren el resultado apresurado al trabajo abnegado que va al detalle, el fin justificador de medios a la recta aplicación de la ley, aunque ello suponga ir contra la condena anticipada del telediario. También este populismo disfruta con que el derecho esté en el centro del debate, cuando lo debieran estar las ideas para progresar. Los populistas jurídicos, en suma, celebran que el sistema judicial se convierta en una mera correa de transmisión de los modernos sicofantes, a pesar de que se pueda llevar por delante la reputación de tantísimas personas que nada ilegal han hecho.

Hay un sinfín de populismos más, en esta hora blanda de la posverdad y la prementira, en la que la ley Campoamor finalmente se ha impuesto, haciendo que todo en este mundo traidor sea del color del cristal con el que se mira..., aunque no haya ni cristal ni ojos.

Javier Junceda
Jurista.


 
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