Ser un radical

Tanto la madre como el hijo comparten el mismo contexto ideológico, llamémosle conservador. Pero la madre octogenaria advierte en su vástago rasgos de inmovilidad en sus tesis, refractarias en gran medida a las olas que vienen y van. El criterio materno no es partidario tampoco de esas modas, que asume que han de ser toleradas e incluso convivirse con ellas, extremo que no comparte del todo su hijo, convencido de que han de ser al menos enfrentadas, máxime si desvarían o impiden que pueda poner en práctica su manera tradicional de entender la vida.

A buen seguro, la madre no ha necesitado nunca reforzar su pensamiento, al haber desarrollado su existencia en un entorno poco hostil a la ortodoxia. Su hijo, en cambio, debe vérselas ahora con un panorama diferente, en el que buen número de arquetipos se han venido abajo o luchan por sobrevivir a duras penas, pretendiendo ser sustituidos por otros no necesariamente mejores ni tampoco compatibles con los que siempre han funcionado.

Un no sé qué me dice que si el hijo participara de esas corrientes ardorosas y extremadas que tanto encandilan hoy, en especial las del revival caramelizado de doctrinas sanguinarias y calamitosas, dudo que su madre le recriminara tal radicalidad. Se ha impuesto un escenario en el que es permisible, e incluso cool, militar en fanatismos de un signo pero no del contrario, sin duda como consecuencia del dominio de la propaganda por unos y la indolencia de los demás.

Qué duda cabe de que el clima templado es el que suele deparar mejores frutos. La mesura, la aceptación de los diversos criterios, alimentan a la prudencia. Pero hacen mucho más que eso: facilitan la convivencia en alto grado, permitiendo que nos ocupemos de lo que realmente importa. “Inseparable compañera de la injusticia es la intemperancia”, dejó escrito Fray Luis de León.

No obstante, se olvida con frecuencia que la moderación limita por abajo con la cobardía y por arriba con la temeridad. En ese punto medio era donde Aristóteles situaba precisamente al valor. Como sucede con las virtudes cardinales, unas operan como fronteras de las otras, de modo que contemporizar cuando procede la firmeza no logra siempre encajar en dicho marco.

La cuestión actual estriba en que determinados modelos de vida y sociales que se abren camino no solamente toleran con dificultades los ya existentes, sino que han llegado para desafiarlos, con indisimulada voluntad de acabar con ellos. Ante esta disyuntiva, desde luego no cabe hablar de radicalidad, sino de una simple muestra de fortaleza en quienes se sienten objetivamente amenazados en su derecho a vivir su vida como consideran más conveniente, sin obligar a nadie a hacerlo así, reclamando el más elemental respeto a dicha libertad.

Así pues, cuando la madre le llamaba a su hijo radical, lo que quería más bien era calificarlo de valiente. No seas tan valiente, hijo mío, hubiera sido lo más correcto.

Ser fundamentalista, fanático, extremista, es de lo peor que se puede ser en cualquier ámbito. Ser valiente es harina de otro costal, quizá lo que demandan tantos asuntos en la actualidad, presidida aún por soflamas del siglo pasado que porfían en llevarnos al pozo vestidos de caqui.


 

 Javier Junceda

Jurista.


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