El tren de vuelta


Al año siguiente logró un Grammy y durante los últimos cuarenta y cuatro años ha sido versionada por otros muchos artistas e incluida entre las quinientas mejores canciones de todos los tiempos. Si hoy la traigo a colación no es por su belleza y armonía, típica del buen soul norteamericano, sino por la profundidad de su mensaje.
Su compositor, Jim Weatherly, describe el retorno a su pueblo de origen de quien había viajado a la gran ciudad a perseguir el sueño de triunfar. Ese regreso lo hace en el expreso de medianoche, el más asequible, tras verse obligado a vender su coche para costearse el billete. Los Ángeles resultó ser un bocado demasiado grande para el soñador, como se recoge en los primeros compases de la melodía. 
La delicadeza con que se describe esa dura decepción es conmovedora. El discreto viaje de vuelta se convierte en toda una oportunidad por dos motivos esenciales: porque Georgia es la estación final, la que representa la sencillez, el tiempo y la verdad en contraste con la sofisticación, fugacidad y superficialidad del neón cosmopolita; y, sobre todo, porque en el asiento de al lado le acompaña quien comparte esa frustración, alguien que prefiere vivir en su mundo que vivir sin él en el suyo, nada menos.
Las enseñanzas de esta canción son genuinamente norteamericanas. A diferencia de España, donde los reveses de la vida llevan aparejados invariablemente sambenitos de complicado olvido, allá los consideran la llave de un futuro éxito, porque, como dejó dicho Henry Ford, el único y verdadero fracaso es aquel del que no aprendemos nada. 
Ross Perot, veterano líder republicano yanqui, lo expresó de forma inmejorable con ocasión de uno de aquellos divertidos debates presidenciales en la década de los noventa del pasado siglo, al presentarse ante las cámaras como el que más veces se había arruinado y vuelto a enriquecerse, no recuerdo bien si dijo que unas siete, lo que le erigía en el más idóneo para llevar las riendas de su nación. 
Aquí, sin embargo, enterramos en vida a quien no ha tenido excesiva fortuna en cualquier ámbito, quizá porque nuestro mayor pecado colectivo, la envidia, precisa de ser convenientemente alimentado con dicha carnaza. Y así nos luce el pelo.
Los sueños no siempre se hacen realidad, como rítmicamente interpretan Gladys Knight y su familia, pero cuando eso sucede no hay nada mejor que sacar experiencias y vivirlo con quienes te quieren de verdad, los que están cuando se apagan las luces. 


 
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