‘Navarros que forjaron España’, libro de interés histórico y actual

Sancho VII de Navarra, en la batalla de las Navas de Tolosa.
Sancho VII de Navarra, en la batalla de las Navas de Tolosa.

El historiador navarro Jesús María Ruiz Vidondo (Pamplona, 1970) ha publicado recientemente un título sugestivo que aúna rigor histórico y también un lenguaje asequible, al recoger cuarenta biografías de personalidades ligadas a Navarra que contribuyeron a la grandeza de España hasta el siglo XVIII. Desfilan por sus páginas navarros notables en la América hispana; santos patronos, arzobispos y religiosos; navarros ilustres en las armas españolas; reyes y reinas de proyección y también navarros de origen que dedicados a tareas diversas han alcanzado notoriedad. Ruiz Vidondo es un historiador joven y veterano al mismo tiempo, que demuestra una osadía palpable al escribir sobre lo que el pudor, la baja estima, cierta cobardía y pereza mental, ha soslayado en la historiografía de las últimas décadas. 

Conocí al doctor Ruiz Vidondo en el Aula Magna de la Universidad de Navarra el día –ya para un cuarto de siglo- el mismo día en que defendía su tesis doctoral que realizó brillantemente acerca de la formación de cuadros del generalato y de coroneles en el ejército español contemporáneo  hasta 1964; recibí la atenta invitación que me cursó y pensé que se trataría de un joven oficial que quería complementar la dedicación a las armas con el estudio histórico. Comprobé enseguida, que su trabajo bien dirigido por Miguel Alonso Baquer era fruto de la elección de una especialidad que no ha abandonado desde entonces: La historia de las fuerzas armadas y su relación con la sociedad.  Sin ninguna vinculación personal y familiar con el Ejército que no hayan sido sus deberes militares y  las condecoraciones y distinciones recibidas, Ruiz Vidondo en estas dos décadas largas se ha consagrado como uno de los mejores especialistas en historia militar que tenemos entre nosotros. Ahí están sus libros con sugestivos títulos como El generalato en España y la formación de nuestros generales hasta 1964; Los vigías del cielo en España; Las reformas militares de Azaña; la batalla de Dien Bien Phu: el principio del fin del colonialismo francés  que tuve el honor de prologar; Juan de Austria: espada invencible de España;  Menahem Beguin: antecedentes, formación y desarrollo del Estado de Israel; La llegada al Generalato mediante la preparación técnica y humanística, y Aspectos militares de la anexión de Navarra

Ahora con favorable acogida en quienes hemos tenido la suerte de leerlo, nos ofrece un título en el que se observa la excelente investigación con abundantes fuentes y bibliografía, con una sencillez y modestia en el estilo, que hace muy atractiva la tarea de leerlo y asimilarlo. Es fruto de tres directrices vitales de este autor de Navarros que forjaron España: su amor a Navarra y España; su condición de profesor de Historia en un Instituto navarro que le ha valido el reconocimiento de sus alumnos y familias; y se constata su afán reivindicativo de personalidades navarras que no han tenido la consideración en la historiografía que sus méritos merecían. 

El profesor y,  me consta, educador de jóvenes que consigue hacerlos amantes del pasado que merece ser recordado, Ruiz Vidondo lleva a las aulas de su centro educativo lo que ponen los buenos libros, los testimonios de personalidades que han sido protagonistas del devenir institucional y lo mejor de sus investigaciones en los campos que trabaja. De ellos no quisiera omitir el de su conocimiento del cine como expresión de hechos históricos, sobre todo los que tienen incidencia militar; también es experto en Israel y sus complicadas connotaciones históricas del pueblo judío   y su relación con la comunidad internacional. Trabajador incansable hasta límites diría casi enfermizos, sigue pensando en proyectos editoriales del más vivo interés. 

Con Navarros que forjaron España vemos también su interés por los protagonistas del acontecer histórico, por el género biográfico, del que doy fe, no es ni fácil ni cómodo. Navarra conforma un cuarto del escudo español. El reino de Navarra, verdadero milagro histórico vino a completar en los albores de la Edad Moderna de España la monarquía de Austrias y Borbones y ofrecer no pocos testimonios de servicio en las letras, en las armas, en las instituciones religiosas, en la cultura y economía, a la patria grande que con su proyección ultramarina asombró al mundo, como lo hizo según expresión del famoso escritor Shakespeare este pequeño y variado espacio geográfico navarro, ejemplo de unidad histórica desde la temprana Alta Edad Media, y aún antes con el paso de Roma por sus tierras y la convivencia con los pueblos que encontró en este solar que tanta admiración suscita.

Los lectores se asombrarán del sentido viajero del rabino Benjamín de Tudela; de los inventos que en nada desmerecen de algunos de Leonardo, de Jerónimo de Ayanz;  los de Tornamira; las letras y música de Jerónimo de Arbolancha o Antonio Eslava; de los servicios a la corona de Juan de Goyeneche el de Nuevo Baztán, y de Gerónimo de Ustáriz, cuando en los ambientes de la Administración Real, ser navarro era sinónimo de honradez y emprendimiento. Lógicamente, no podía faltar aunque las limitaciones de espacio son evidentes, la referencia a los santos patronos, arzobispos y religiosos, exponente claro de la fe recia y auténtica de la tierra: San Francisco Javier (1506-1552), cuyo IV centenario de su canonización celebraremos el próximo 12 de marzo, junto a las de san Isidro Labrador, santa Teresa de Jesús, san Ignacio de Loyola y san Felipe de Neri y exponente del universal jesuita misionero y legado pontificio en el Extremo Oriente, de la mano de la monarquía portuguesa, pero con los rasgos del genio e intelectual de un navarro preclaro. El beato Juan de Palafox, nacido en Fitero en 1600, arzobispo en Puebla en la Nueva España  y en El Burgo de Osma, como también dos arzobispos  del Toledo primado, están presentes en sus páginas. Rodrigo Ximénez de Rada, el historiador y predicador de la cruzada de las Navarra, en 1212 que decidió la larga Reconquista, y el incomprendido Bartolomé de Carranza, teólogo tridentino y autor del célebre catecismo que tantos disgustos le deparara ante la Inquisición, pero muy bien defendido por Azpilicueta el canonista y maestro en cátedras de renombre. Particular emoción produce la vida de Tiburcio de Redín y Cruzat, guerrero con éxitos bélicos  notables que dejó honores bien merecidos para vestir el hábito capuchino y emprender una mayor expansión al franciscanismo antoniano por todo el mundo. También en este capítulo se encuentra Cipriano Barace, el roncalés de Isaba, misionero que murió con las flechas puestas de los indígenas a los que trató de cristianizar y también civilizar. 

En la Esparta de Cristo, apelativo que se le da a Navarra en ocasiones, también brillaron por el valor destacados biografiados por Ruiz Vidondo. Y empecemos por otro roncalés –de Garde-, Pedro Navarro, creador de ingenios de guerra,  al que se le achaca haber sido un alto mercenario de las guerras modernas en las que se vio envuelta España. Otro roncalés Marcos de Isaba, tiene unas páginas en el libro, lo mismo que los Leiva. En el libro se pueden ver linajes familiares con vocación militar, como es el caso de los Cruzat, Redín, Ayanz, Beaumont, Peralta, Mencos y otros, exponentes de esa nobleza navarra mucho más modesta que la castellana e incluso que la aragonesa, pero que dieron muestras de valor en batallas decisivas en la Europa en la que España y Navarra en ella, quiso sentar sus reales y defender al Papa y a la catolicidad. 

Mención especial tiene en la obra, la presencia de exploradores, conquistadores, gobernadores  navarros en la América hispana. Pedro de Ursúa y la legendaria hazaña del Dorado, los gobernadores Díaz de Armendáriz, Melchor y Carlos  de Mencos  en Guatemala; otro Mencos, Gabriel, capitán general en el Perú, con otro paisano, José Armendáriz, en el mismo cargo y luego virrey. En este capítulo de virreyes, destaca el primer Marqués de la Real Defensa, por su actuación en la batalla naval de Cartagena de Indias, Sebastián Eslava. Otro destacado virrey, Agustín de Jáuregui fue en Perú persona que mantuvo el pendón de la metrópoli y su monarca, en aquellas provincias inmensas en un siglo XVIII ilustrado y con gran presencia de navarros en puestos de responsabilidad. La Real Congregación de San Fermín de los Navarros en Madrid, que acoge a varios de los protagonistas reflejados en las páginas, es un exponente de esa influencia, de lo que Caro Baroja denominó la Hora Navarra del XVIII. Curiosamente, mientras esto ocurría con virreyes naturales en el reino de Navarra destinados en Ultramar, Navarra tenía en su suelo sus propios virreyes hasta 1836; alguno de ellos, como el marqués de Valparaíso, oriundo de las tierras allende el Atlántico Océano en esa obra colosal de España, que, habiendo culminado la Reconquista en 1492 se lanza a una empresa de inconmensurables dimensiones, sin olvidar como se hace en el libro la presencia de alguna de estas personalidades en las Islas Filipina de la Asia hispana.

El corolario de este libro es la parte de los reyes y reinas de Navarra que han sido seleccionados por el autor. Desde el primer rey-caudillo, Íñigo Arista, hasta la reina Blanca de Navarra fallecida en 1441, pasan por el capítulo, los monarcas de más relieve y proyección exterior, habida cuenta de que el milagro histórico de Navarra ha estado en contacto y codiciado por reinos vecinos mucho más poblados y extensos. Atención especial merece el primer rey con atributos de realeza hereditaria, en el reino de Pamplona, a comienzos del siglo X, y con mucha relación con el reino de Oviedo-Asturias. En el siglo XI, el Mayor, Sancho Garcés III, con gran predicamento en los reinos propios y en los que depositaron en él su confianza, es un timbre de gloria para el reino pamplonés, matriz de otros reinos hispánicos; Sancho VII el Fuerte, que superó rivalidades con los reinos vecinos, particularmente con Castilla, y marchó a luchar con cuerpo de ejército reducido pero de gran valor, a la cruzada de Las Navas en 1212, fue el postrero reino de la casa originaria, pues al morir sin descendencia, ocuparon el trono navarro, reyes de las casas de Champaña, Francia, Evreux y Foix. Esta relación matrimonial e institucional que mantuvo Navarra primero, con los reinos peninsulares hispánicos y también después con casas ultrapirenaicas, es uno de los elementos que conforman la monarquía navarra en la Edad Media. La época de esplendor fue la de Carlos III el Noble, casado con Leonor de Trastámara, y que tuvo como protagonista a este pacificador y buen diplomático, unificador de la Pamplona de los burgos, por el Privilegio de la Unión en 1423, e hijo de Carlos II apodado el Malo, que tuvo la mala fortuna de meterse en los vericuetos de la Guerra de los Cien Años. El reinado de Carlos III y el de su hija Blanca marcó un periodo espléndido en el que el reino de Navarra, gozó de gran predicamento en Europa. Después, las luchas nobiliarias, y el dilema de situarse en la órbita francesa o la hispana tras periodos de convulsiones, Navarra se incorpora a la monarquía hispánica moderna, eso sí, conservando Cortes propias hasta 1828-29 y otras instituciones genuinas hasta 1836. La Ley Paccionada (1841) y, los convenios económicos, y hace cuarenta años, el Amejoramiento del Fuero –que no estatuto de Autonomía-  han armonizado las relaciones leales de Navarra con el conjunto de España.

 

Superando tensiones inevitables pero superadas, Navarra sigue su devenir histórico, y como el escudo de las cadenas indica, dentro de España, sin que su papel en el pasado y en el presente, no sea conocido muchas veces por quienes debieran, al mismo tiempo que odiado por los que lo codician o malinterpretan. El libro de Ruiz Vidondo, con los navarros que forjaron España, es un buen estímulo para conocer protagonistas de la Historia hasta el siglo XVIII, y en ella muchos aspectos atractivos como órdenes religioso-militares, iniciativas económicas de envergadura, el catolicismo llevado a las misiones y a los concilios, el mundo del Ejército y la evolución de sus armas y acontecimientos de relieve, y tantas cosas que descubrirá el lector afortunado de esta obra altamente recomendable.

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