Inutilidad de una Reforma Laboral sin “alma”

Hace veinte años, la madre de una conocida mía se reunió con sus amigas para invitarlas a merendar: quería celebrar con ellas "que a su hija le habían hecho fija en la empresa". En otras palabras: la madre ya podía descansar aliviada, porque –en su entendimiento- su hija tenía trabajo para toda la vida. Si, además, supongo, encontraba un novio y se casaba y tenía dos hijos, el círculo de la felicidad de su hija, y el suyo propio, sería perfecto.

Ignoro qué ha sido de aquella muchacha –como denominamos en Castilla La Mancha a las mujeres jóvenes- y de su madre. Sí sé otras cosas: primero, que su madre, estaba influenciada enorme e inconscientemente –psicológica y socialmente- por siglos de "Historia del Trabajo", en nuestro país, que han dado como consecuencia que la mejor resultante deseable, es el tener un trabajo de por vida y, a ser posible, en la misma empresa, aunque esta quiebre. Aquella madre, además, estaba sujeta a un sistema de valores y principios, relativos al Trabajo, que mi propia madre definiría como "la ley del mínimo esfuerzo". Los principios de esta metafórica ley son diametralmente opuestos a la Ética Calvinista del Trabajo o a la Santificación del Trabajo Ordinario de los Católicos. El primer principio lo sostienen los calvinistas, al menos muchos de ellos; el segundo, los católicos, al menos muchos de ellos. Ambos "conjuntos" de valores se reúnen en torno a teorías de cómo ha de desenvolverse una persona en el Trabajo: el por qué y cómo debe realizarlo son extraordinariamente poderosos. Y, de hecho, si se me permite la expresión, gracias a ellos, muchos calvinistas y muchos católicos han sido exitosos en sus negocios. Han sido valores, ideas, principios, ("el alma"), con repercusiones psicológicas y sociales, las que han movido a las personas a trabajar. Unos, generando riqueza mediante la creación de empresas; otros, sin vocación de emprendedores, trabajando duro como profesores, investigadores o taxistas. En ambos casos se produce creación de valor y redistribución de riqueza. Son principios básicos de la Economía de Libre Mercado.

Lo mismo sucede con el llamado "Sueño Americano", cuya definición trasciende a los dos grandes partidos políticos, republicano y demócrata, y a ideologías, conservadoras y progresistas. Desde Reagan a Obama, desde Lincoln a Kennedy, la definición que da el presidente Bill Clinton del Sueño Americano en su último libro, publicado escasamente hace dos meses, ("Vuelta al trabajo: por qué necesitamos un gobierno inteligente para tener una economía fuerte"), es aceptada por todos: "trabaja dura y esforzadamente, sométete a las normas y a las leyes (...), y la empresa y la sociedad te recompensarán con una vida digna para ti y para tu familia, en la juventud, en la madurez y, cuando te retires, en la vejez". Lo primero que dice Clinton es "trabaja dura y esforzadamente". Clinton no dice: "busca un trabajo de por vida" o "conviértete en funcionario", por ejemplo. Estados Unidos, que no ha llevado a cabo ninguna reforma laboral en los últimos años (entendiendo por tal una reforma del mercado de trabajo), salió oficialmente de la recesión en junio de 2009. En los últimos seis meses se han creado una media de 145.000 empleos netos en el ámbito privado –es decir, excluyendo la Administración Federal, Estatal y Local-. La tasa de paro que heredó Obama de Bush Hijo, en enero de 2009, era ligeramente superior al diez por ciento: hoy está (enero de 2012) en el 8,3% de la población activa. Se ha reducido en dos puntos porcentuales.

En Países Emergentes como India (mil doscientos millones de habitantes) y China (mil quinientos millones de ciudadanos), tampoco se han llevado a cabo reformas legales de sus mercados laborales. Es de todos conocido que, en las últimas décadas, ambos países han experimentado espectaculares crecimientos económicos. Esto se ha traducido en dos hechos muy tangibles y positivos: cientos de millones de personas que antes vivían por debajo del umbral de la pobreza –según la ONU, con uno o dos dólares de diarios, por todo ingreso- hoy se han incorporado al mercado de trabajo y forman parte de lo que, en sus respectivas naciones, se entiende por Clase Media. En China, además, aunque no se ha cumplido la promesa de su actual presidente, Hu Jintao, de "crecimiento armonioso" -porque en China no sólo persisten, sino que se acentúan las diferencias sociales entre ricos y pobres-, hay una clase empresarial activa y emprendedora, que también genera riqueza y millones de puestos de trabajo. Eso sí, el proceso de crecimiento en India y en China no se entiende sin considerar la existencia de sistemas productivos eficaces, lo que en Economía denominamos tejidos empresariales diversificados, con muchos y variados sectores de actividad, creciendo de manera interrelacionada. Ambos países, además, han apostado por las exportaciones, dado que el valor de su moneda, respecto al dólar –con gran enfado americano-, es muy bajo. Esto les da "cash", dinero en efectivo, reservas, para invertir en casa, en el estado del bienestar o, como sucede en China, tanto en la economía doméstica como en la estatal, para ahorrar.

En nuestro entorno más cercano, Alemania y Francia tienen, en términos relativos, bajas tasas de paro, pero muy fuertes sistemas productivos y empresariales, públicos y privados, orientados tanto al consumo doméstico nacional como a la exportación.

En España no tenemos una Ética Calvinista del Trabajo. El número de católicos declarados, desde 1978 a 2011, se ha reducido en 20 puntos porcentuales: del 93% al 73% de toda la población. Y, de estos, estadísticamente hablando, son pocos, en términos absolutos y relativos, los que creen en la "Santificación del Trabajo Ordinario". En España no tenemos nada similar al "Sueño Americano": no hay una ambición sana por triunfar, por trabajar, por crear, por inventar...; sistemáticamente, las encuestas nos dicen que, desde hace más de setenta años –luego, la Historia cuenta, es importante- la inmensa mayoría de jóvenes sigue queriendo tener "un empleo seguro y de por vida, aun a costa de ganar poco dinero". Desde hace más de cincuenta años, las encuestas del Ministerio de Trabajo dicen que el porcentaje de jóvenes que quieren ser funcionarios no deja de aumentar. Porcentajes no significativos desde el punto de vista estadístico (por debajo del 5%) de jóvenes dicen que quieren ser empresarios; pero, a éstos, en nuestra sociedad, se les demoniza: todo aquel que quiere crear riqueza es mirado con sospecha y recelo, mientras se aplaude al funcionario como héroe social que se resiste al capitalismo rampante. En España no experimentamos fenómenos parecidos a los de China e India, ni tenemos sistemas productivos fuertes como el francés o el alemán.

¡Ah! Pero tenemos una reforma laboral que, por decreto ley y, como dijo Rajoy, "con el tiempo", creará empleo. Repito: alguien cree que una ley va a crear empleo. Alguien cree que el Derecho Positivo va a cambiar la realidad social. No voy a describir los detalles de la Reforma Laboral: no hay medio de comunicación que no la haya comunicado ya de manera concreta, hasta la saciedad y el aburrimiento. Creo, por mi parte, que sin principios, valores, sin "alma", una ley no va a crear empleo por sí sola. Por eso estoy convencido de que esta reforma laboral va a ser inútil. Con una tasa de paro del 22,9%, y creciendo, las probabilidades estadísticas de que aquella conocida de que hablé al principio, cuya madre celebró con sus amigas el "empleo de por vida de su hija", esté hoy en el paro, son del 22,9%, y subiendo.

El viernes 17, por la noche, el presidente Obama alabó públicamente la Reforma Financiera de Mariano Rajoy: típicamente americano, para Obama, la Reforma Financiera Española es mero reflejo inspirado en el ejemplo americano, y eso bien merece una palmadita en la espalda de Obama a Rajoy.

 
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