La geopolítica ya no tiene fronteras geográficas sino tecnológicas

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el secretario de Estado, Mike Pompe, entre otros cargos de su Administración.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el secretario de Estado, Mike Pompe, entre otros cargos de su Administración.

Estados Unidos ha luchado contra China -un nuevo tipo de guerra, la tecnológica- en solitario, en los últimos años. China es un enemigo mucho más formidable que la extinta Unión Soviética (URSS). La unión de Occidente sería una buena noticia y una manera más eficaz de ganar esa guerra.

El mundo está dividido. Esto no es noticia. Nunca ha estado unido, aunque, a lo largo de la historia, ha habido imperios que, con sus principios, valores y ejércitos quisieron dominar el mundo, uniéndolo. En Occidente, tenemos al Imperio Romano, por ejemplo y, tras la división del Medievo, Carlos V intentó, desde el Imperio Romano Germánico unir de nuevo Occidente frente “al turco”. Pero la Cristiandad ya estaba dividida desde la Reforma (Lutero, en Alemania, Enrique VIII en Inglaterra, Calvino, etc) y el enfrentamiento entre católicos y protestantes. Con la aparición del “estado nacional”, en el siglo XV, se dio lugar a lo largo de los siglos a una sucesión de imperios en Occidente que lucharon entre sí hasta bien entrado el siglo XX: el imperio español de Felipe II, que acabó oficinalmente con la Paz de Westfalia en 1648 y que dio lugar al surgimiento de los imperios francés y británico. En el siglo XIX, los nacionalismos, tanto el francés y el inglés como el alemán dieron lugar a enfrentamientos que culminaron en el siglo XX con las dos Guerras Mundiales.

Evidentemente, en un párrafo hay que simplificar mucho para resumir siglos de historia. Pero, mientras Europa hacía su vida, dominando el mundo con sus colonias en África, Oriente Medio, Australia, el Nuevo Mundo (América, Canadá), también existían otras potencias que, de manera paralela, también hacían su propia vida exitosamente y, tan solo de vez en cuando, interferían en el devenir de Occidente: el mundo musulmán (dividido: árabes, turcos, suníes, chiíes), Rusia y China, por simplificar. Y, en el último siglo y medio, con la aparición de la ideología marxista (leninista en Rusia, maoísta en China) con pretensiones de imponer su visión del mundo en todos los países.

Tras la Segunda Guerra Mundial, cuando el liderazgo económico y militar, en valores democráticos y defensa de la libertad convirtieron a EEUU en la primera potencia del planeta, la Unión Soviética se propuso como antítesis del capitalismo norteamericano y occidental, hasta su desaparición en 1991. Después de este momento tan trascendental pareció que el liderazgo de Estados Unidos era indiscutible. A su presidente, más que nunca, se le denomina “el líder del mundo libre”. Si en los años cuarenta, cincuenta y sesenta, EEUU despliega una formidable capacidad de producción industrial y de consumo -con las que la URSS no puede competir-, entre los setenta y noventa se produce la Tercera Revolución Industrial, con la Computación, que hace que el sistema soviético quede completamente atrasado y obsoleto.

La productividad empresarial y la competitividad económica de Estados Unidos aumentan un 30% gracias a las Tecnologías de la Información y Comunicaciones (TIC). Hardware, software, conectividad, impresión, etc, con empresas punteras como Hewlett-Packard (HP), Intel, Microsoft, IBM, Oracle y muchas más ejercen un “efecto tractor” que empuja hacia arriba al resto de sectores de actividad. Nunca se creó tanto empleo de calidad y tanto creció el PIB en Estados Unidos (desde la presidencia de Kennedy) como en los años ochenta y noventa con Ronald Reagan y Bill Clinton. Pero los costes de producción son altos; la mano de obra, también. La aparición de Internet empuja la Globalización y el libre comercio con tratados de gran alcance como la Unión Europea y NAFTA (EEUU, México y Canadá). Estados Unidos -que normaliza sus relaciones con China a pesar de ser país comunista- traslada gran parte de su producción a China, donde sus dirigentes comunistas no quieren sufrir el mismo destino que sus correligionarios soviéticos. China crea “ciudades-fábrica”, con cientos de miles y hasta millones de trabajadores. Hasta el punto que China se convierte “en la gran fábrica del mundo”, de todo tipo de bienes, a un precio muy reducido que permite a las empresas americanas centrarse en Investigación y Desarrollo (I+D), Diseño, Marketing, Ventas… A EEUU siguen el resto de países occidentales en ese proceso de (outsourcing) subcontratación de la producción de ropa, barcos, juguetes o tecnologías de la información.

Transcurridos 40 años de producción china para Occidente, Estados Unidos y Europa -durante muchos años con un ojo puesto en China y el otro en el terrorismo islámico- son plenamente conscientes de que el ratón (China) ha cazado al gato (Occidente): China no se contentó con producir. Sino que copió “derechos de propiedad intelectual de Occidente” (palabras del actual presidente electo de Estados Unidos, Joe Biden) en todos los ámbitos en que esto es posible: desde el diseño de marcas de lujo francesas e italianas a las nuevas tecnologías de la Digitalización que constituyen la Cuarta Revolución Industrial: Inteligencia Artificial, Big Data, Conectividad (5G) y Redes, Software de Gestión Empresarial, Cloud Computing, Ciberseguridad, Robótica, Impresión 3D, etc.

Ese calco o plagio no es teórico. América tiene las empresas tecnológicas más valiosas del mundo, a finales de 2020: Apple (capitalización bursátil o valor de mercado de 2,3 trillones de dólares), Microsoft (1,62 trillones), Amazon (1,57 trillones), Alphabet-Google (1,20 trillones), Facebook (783,3 billones de dólares), etc. Pero no son las únicas compañías que hacen hardware, teléfonos inteligentes (smartphones), software, comercio electrónico, buscadores en Internet y redes sociales. China tiene sus equivalentes/homólogos/copias o como se las quiera llamar: Tencent (dueña de WeChat y TikTok, dos redes sociales de moda), Ant Group, Alibaba (suerte de Amazon en el comercio electrónico), Huawei en Telecomunicaciones y chips o procesadores y redes 5G, para quien Occidente apenas tiene contraposición con Nokia, Ericsson y Alcatel-Lucent; Xiaomi, como fabricante de smartphones, etc.

Estas empresas han penetrado en las economías y las empresas occidentales hasta tal punto que, por ejemplo, las redes 5G en EEUU (Verizon, AT&T, T-Mobile, Sprint, etc) y Europa (Vodafone, Orange, Deutsche Telekom, Telecom Italia, Telefónica, etc) llegaron a depender de Huawei, hasta que el presidente de EEUU, Donald Trump, impidió a las empresas norteamericanas utilizar tecnología de la compañía china y amenazó con sanciones a las empresas occidentales que también lo hicieran. Huawei fue el ejemplo más emblemático y simbólico de la lucha tecnológica entre EEUU y China. Pero fue solo la punta de iceberg. Las sospechas de espionaje, las brechas de seguridad y privacidad, los ciberataques de las compañías chinas a las agencias de seguridad y grandes corporaciones americanas y europeas, dieron la voz de alarma de que China era -es- un adversario tanto o más formidable que la extinta Unión Soviética.

Durante los últimos cuatro años, América ha luchado por libre la batalla tecnológica con China y ha generado antagonismo en los países aliados por diversos motivos: sanciones comerciales y defensa de las Big-Tech norteamericanas (Unión Europea), por pasarles la factura de la seguridad militar que provee EEUU (Japón, Corea del Norte, Australia, la OTAN) o por la renegociación de tratados de libre comercio a favor de EEUU (México y Canadá, con NAFTA).

 

Occidente tiene la oportunidad de unirse, como durante la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría, contra un enemigo común. Aunque sea una obviedad, en esta guerra, “la unión, hace la fuerza”.

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