José Apezarena

El rey Juan Carlos al exilio

Juan Carlos I, en su despacho de Zarzuela.
Juan Carlos I, en su despacho de Zarzuela.

Dos anuncios recientes han afectado directamente al rey emérito. En ambos casos se trata de suspensiones, de anulaciones. Y se han justificado en problemas de salud.

En primer lugar, se notificó que don Juan Carlos no se desplazaría a Palma, donde veranea la familia real. Y que, por tanto, a pesar de lo anunciado, no acudiría al Premio Rey de España de Vela, que tradicionalmente se celebra a finales de julio, y en el que sí estaba confirmada la presencia de don Felipe.

En Mallorca no se le va a ver, por tanto, ni al lado de la Familia Real, ni tampoco en los escenarios de sus veranos de antaño, donde se encontraba con tantos viejos amigos y viajas amigas.

De igual manera, y rompiendo una práctica que se había inaugurado con su adiós al Trono hace cuatro años, no asistirá a la toma de posesión de un presidente, el de Colombia, Iván Duque.

Este cometido, representar a España en tomas de posesión de presidentes iberoamericanos, es prácticamente la única actividad “oficial” del rey emérito, que en esas ocasiones se desplaza con el visto bueno y previo nombramiento del Gobierno. El Gobierno está presidido ahora por Pedro Sánchez, que esta vez no ha firmado el decreto correspondiente.

Las dos súbitas anulaciones se han justificado en cuestiones de salud, aludiendo a un problema en la rodilla.

Resulta significativo que la decisión haya partido del servicio médico de Zarzuela, que, según la información oficial, ha recomendado al rey emérito no realizar actividades físicas intensas debido a problemas musculares.

Desde mi punto de vista, ni el desplazamiento a Palma ni el viaje a Colombia son misiones extraordinariamente exigentes desde el punto de vista físico.

Todo indica que estamos ante un operación política, casi institucional, destinada a esconder, a tapar, a ocultar, al rey Juan Carlos.

 

¿Por qué? Porque no son tiempos para dejarse ver en público, teniendo en cuenta las consecuencias de la publicación de las famosas grabaciones de la señora Corinna, y la tormenta política que se ha armado a continuación.

Ni a don Juan Carlos le conviene dejarse ver, ni a la propia monarquía como tal le benefician los ecos del escándalo.

La circunstancia está siendo aprovechada por el aparato mediático del nacionalismo catalán para horadar un poco más la imagen de la monarquía, ahora que el antiguo partido Convergencia también se ha proclamado rotundamente republicano. ¡Qué diría el viejo Tarradellas si levantara la cabeza!

Dicen los soportes independentistas que, lo que ellos denominan “la prensa unionista”, es decir la prensa normal de este país (no secesionista), ya no oculta que don Juan Carlos es “un activo tóxico”.

Y destacan que los citados medios “unionistas” publican abiertamente que al rey emérito sólo le queda el exilio.

Aunque, bien analizado, en realidad don Juan Carlos ya está de hecho en el exilio. Mediante las arriba citadas maniobras de ocultamiento de su figura. Pero también porque él mismo se ha alejado de la Corte.

Así pueden considerarse, un exilio voluntario, sus largas estancias en Sanxenxo, donde navega y regatea con un barco acondicionado a sus limitaciones físicas, en el que puede llevar el timón.

Don Juan Carlos ya está en el exilio.

editor@elconfidencialdigital.com

En Twitter @JoseApezarena

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