El divertido juego del XX y el XY…

De ahí que casi nadie denuncie el fuerte tufillo a comunismo rancio que rezuma la ideología de género (no confundir con la igualdad). Es consecuencia de Mayo-68, cuyo influjo empapó la cultura con un chirimiri tozudo y contumaz. Así ocurrió…

Sobre esas fechas, a Enrico Berlinguer, el histórico líder del partido comunista italiano, le aplaudían entusiásticamente esta seductora propuesta: “El proceso de la revolución social y el de la liberación de la mujer deben marchar al mismo paso, sostenerse el uno al otro”. Y Germaine Greer, gurú del feminismo radical, arengaba así a sus fogosas seguidoras: “Sería posible evitar la revolución y llegar en cierto modo a la libertad (de las mujeres) y al comunismo sin necesidad de estrategia o revolución alguna”. Greer cometió un gracioso lapsus linguae con eso del comunismo…

Convendrá recordar -por el desuso- el eje del razonar marxista: la clase capitalista oprime al proletariado (técnicamente: tesis); cuando el proletariado cobre conciencia de su opresión (técnicamente: antítesis) y se oponga al capitalismo (revolución), construiremos una sociedad sin clases (técnicamente: síntesis): el comunismo. Sin embargo, el comunismo representa un ideal posterior, pues previamente, según Marx, se asentará la dictadura del proletariado: los proletarios han de liquidar los privilegios de la clase opresora; es decir, resarcirse de las injusticias históricas.

¿Esgrime la ideología de género este chip mental? ¿Aplican la dialéctica del oprimido/opresor? Algunas perlas… Juliet Mitchell: “Hemos de comparar la situación de la mujer con otros grupos oprimidos: pobres, negros, esclavos, gitanos”... Kate Millet: “Si la agresividad es el rasgo característico de la clase dominante, la docilidad debe ser el rasgo del grupo dominado”. Betti Friedam sostiene que el lesbianismo es un termómetro de salud mental (sic); y lo razona así: “Al no temer ser abandonadas por los hombres, las lesbianas se muestran menos renuentes a manifestar su hostilidad hacia la clase masculina, opresora de las mujeres”. ¿Claro? ¡Claro! En definitiva, al zafarse la mujer de la opresión del hombre surgirá una sociedad igualitaria vía sexo: sin sexos, solo género. ¡Dialéctica, puro marxismo!

Aunque tampoco conseguiremos directamente una sociedad inclusiva, de género. Previamente se instaurará la dictadura del sexo: una cultura sexualizada, con la correspondiente banalización del sexo, como el fértil campo de cultivo para aceptar el credo del paraíso del género: no existe ni masculino ni femenino, el sexo es un convencionalismo social. Dogma que hunde sus raíces en el conocido axioma de Simone de Beauvoir: “Una no nace mujer, la hacen mujer”; con su correlato masculino: “Uno no nace varón, le hacen varón”. En síntesis, el ser humano nace sexualmente neutro, y posteriormente es socializado como hombre o mujer.

¿Somos sexualmente neutros? ¿Lo biológico no nos marca? Aquí es donde entra en liza el divertido juego del XX y el XY y les estropea la jugada. Porque resulta que todas y cada una de las células del hombre y la mujer difieren en su arquitectura cromosómica: las mozas con un cromosoma XX y los mozos XY. ¡Todas las células del cuerpo diferentes…!, ¿y resulta que somos biológicamente neutros? Improbable…

¡Suposición que obliga a negar lo evidente! ¡Choca frontalmente con la rocosa realidad! Un ejemplo facilón: imagínense una visita a un recién nacido, ¿necesitaríamos preguntar el sexo? Tal vez no: sencillamente nos acercamos a la cuna y levantamos la mantita por la parte de los pies; y si tiene patuquitos rosas… ¡niña!, y si son azules… ¡niño! Además, ahora, contamos con el ecógrafo –ideológicamente aséptico- que ya anuncia si viene chico o chica… antes de iniciar algún proceso de socialización. ¡Simple sentido común!

¿Es posible contradecir el sentido común, la realidad? Sí, según su trasfondo ideológico: el idealismo hegeliano, que empapa al marxismo. Hegel primaba absolutamente la idea sobre la realidad: sí a mi pensamiento, encaje o no con lo real; al contrario, la realidad ha de adecuarse a mi pensamiento.

Kierkegaard arremetía con fiereza -¡y angustia!- frente a esa pasmosa ausencia de realismo del proceder hegeliano, y aconsejaba la ironía para vacunarse frente a él. Con segura certeza recomendaba dos niveles de ironía.

 

Seguramente apelaría a la ironía socrática de su admirado maestro. Esa ironía nopretende convencer o discutir, sino mostrar la contradicción interna de ciertos postulados. Por ejemplo: se niega la influencia biológica del sexo, al tiempo que se reivindica el derecho al consejo genético…

Pero también a la simple ironía, eso que un andaluz definiría como un cachondeillo simpático, que esponja el ánimo: reírse sin herir. Lo caricaturizo, con la típica exageración andaluza: imaginemos unos padres primerizos que se embelesan con su churumbel envuelto en la toquilla, y en vez de fijarse en los patuquitos…, tiernamente se preguntan: ¿lo socializamos… niño o niña? ¡Qué friki…! 

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