Independentismo e inmigración: un poco de por favor

Porque crea hornadas y hornadas de cachorros analfabetos de la historia común y de lo que somos, y entonces se convierte en caldo de cultivo y vivero de bacterias independentistas e incluso terroristas. Independentistas, no soberanistas. La política crea problemas cuando olvida que todos somos españoles y cuando se dedica a generar situaciones que no solucionan las necesidades reales de las personas que, democráticamente, han subcontratado a los políticos para llevar los asuntos de la vida colectiva. Esto deberíamos tenerlo claro todos: quienes tenemos el carnet joven caducado desde hace décadas y quienes comienzan a disfrutarlo.

Hoy me gustaría compartir con usted una reflexión leyendo los titulares de dos grandes temas -el independentismo y la inmigración ilegal-. Ambos confluyen en uno: lo que somos todos juntos.

La inducción a la comisión de delitos, ¿no es delito ni falta? La omisión en la persecución de delitos -o de presuntos delitos- ¿tampoco es delito ni falta? Está muy bien cortar por lo sano actuaciones que puedan ser constitutivas de delitos, de enaltecimiento de golpismos febrerianos, pero se echa en falta la misma contundencia práctica –o sea, más allá de las declaraciones incluso enérgicas- cuando el golpismo independentista parece promoverse o consentirse con talante desde la política y desde los poderes públicos.

Mi analfabetismo jurídico me desconcierta al leer el Código Penal. Hay delitos y faltas que aplican a quienes se salten las leyes y también a quienes lo consientan. Leo abandono de destino; omisión del deber de perseguir delitos; de rebelión; de sedición… Leo algunas formas: derogar, suspender o modificar total o parcialmente la Constitución; destituir o despojar en todo o en parte de sus prerrogativas y facultades al Rey o al Regente o miembros de la Regencia, u obligarles a ejecutar un acto contrario a su voluntad; declarar la independencia de una parte del territorio nacional; sustraer cualquier clase de fuerza armada a la obediencia del Gobierno… También el alzamiento público y tumultuario para impedir, por la fuerza o fuera de las vías legales, la aplicación de las Leyes o a cualquier autoridad, corporación oficial o funcionario público, el legítimo ejercicio de sus funciones o el cumplimiento de sus acuerdos, o de las resoluciones administrativas o judiciales. E inducir, sostener o dirigir la sedición o aparecer en ella como autores principales… sobre todo si fueran personas constituidas en autoridad. Esto no lo digo yo, pobre de mí, sino el Código Penal. La acción privada, la acción económica, la acción social… están sometidas a la ley. La acción política, la de políticos y cargos de partidos y de la administración, también.

Somos una nación, no diecisiete. Somos un Estado-nación que en un momento determinado de su historia inventó un instrumento llamado Estado de las Autonomías. Un instrumento que no es un fin. Diecisiete gobiernos, diecisiete parlamentos, diecisiete aparatos judiciales, diecisiete administraciones, diecisiete sistemas sanitarios y educativos… son un instrumento que debe estar orientado al servicio del proyecto común llamado España. Con relación al proyecto común vienen a cuento dos inventos: el del llamado patriotismo constitucional y el del federalismo corrector.

El patriotismo constitucional, muchos años en boga, conlleva el peligro de que parezca que todo lo que somos y queremos ser está en la Constitución y que no hay nada fuera de ella. Eso es verdad en cuanto a la ley, por ser la ley de leyes. Faltaría más. Pero no parece del todo cierto en cuanto a que la Constitución sea España misma. Creo que todos estaremos de acuerdo en que España es un proyecto común complejamente definible y desde luego mayor que un texto. Por muy importante que sea éste. Fue ese proyecto común lo que hizo posible esta Constitución y el arranque de nuestra transición política. Nos tendremos que preguntar si hoy tenemos proyecto común. ¿Tenemos proyecto? ¿es común? Yo creo que sí, pero quizá haya quien esté empleándose a fondo, por acción y por omisión, en innovaciones creativas que no responden a necesidades reales de los españoles. O quien tenga una estrategia consistente en dejar que los problemas se solucionen solos -el “ya veremos” tan celtíbero- quizá por ausencia de proyecto o de conciencia de ese proyecto común.

El federalismo es otro de esos discursos con los que algunos disfrutan pontificando en medios de comunicación y en sedes oficiales, quizá sin saber, o quizá ocultando, que el federalismo une a entidades llamémoslas diferentes… que desean estar juntas. Sin embargo, el federalismo no es solución para unir a quienes no quieren estar unidos. ¿Independentistas federalistas? Ese federalismo lo venden quienes no tienen una idea cabal de lo que somos todos o quienes, teniéndola, buscan separarse del resto. Esa especie de federalismo corrector no funciona para mantener partes a las que se impulsa a la separación. ¡Ah! Y que no se engañe nadie esperando que Bruselas solucione problemas nacionales que deben solucionar los gobiernos nacionales.

El otro tema se refiere a las situaciones dramáticas en torno a la inmigración ilegal que entra a diario y de forma masiva en España por su frontera sur. Algunas imágenes, hay que reconocer que sumamente impactantes, llevan a algunas voces con responsabilidades en la definición y gestión de lo público a pedir la revisión de los protocolos de actuación de guardias civiles y policías desplegados en nuestras fronteras o en nuestras fronteras retranqueadas. Este es el caso de las vallas situadas alrededor de las ciudades de Ceuta y de Melilla. Recordemos que, como será bien sabido por quien corresponda, las vallas fronterizas están separadas de la verdadera frontera por una zona neutral establecida y amparada por tratados internacionales. Es posible que haya que adecuar procedimientos de nuestras fuerzas de seguridad, pero antes conviene que nos planteemos otra pregunta: ¿a qué hay qué adecuarlos? Quiero decir que, desde el respeto total a los derechos humanos y a toda la legalidad vigente… ¿cuál es la capacidad negociadora de un guardia civil o de un policía que tiene la misión de impedir las violaciones de frontera? A ese nivel, ¿tienen capacidad negociadora, de diálogo con quienes va a violar la frontera y además, no cabe otra, con violencia aunque fuera la “de brazos caídos” o la de la no violencia? ¿cómo parar a esa masa humana en el terreno? ¿Tienen los soldados capacidad negociadora, tienen margen de “talante” con el adversario cuando están en la trinchera con la misión, por ejemplo, de impedir que ese adversario traspase una línea bien determinada? La capacidad negociadora está a alto nivel y, conforme se pasa del nivel político al nivel operativo, la capacidad negociadora desaparece o disminuye enormemente. A los guardias civiles o policías desplegados apenas les cabe un diálogo más allá del “no pases, porque si pasas haré que te caiga la del pulpo”. Y si los inmigrantes saltan… se acabaron los plazos del diálogo. Ahí, en ese momento, ya no hay otra. Bueno, sí: dejar pasar. Los cual lleva a que, si la disposición última política fuera la de dejar pasar, a las fuerzas de seguridad solo les cabría eso mismo. En una palabra, si no estamos dispuestos a contener las avalanchas, dejemos pasar a todo el que quiera y nos ahorraremos sangre y dinero. Pero sin demagogia. Los procedimientos operativos tienen que decir, en última instancia, qué hacer si el inmigrante ilegal decide saltar la línea roja, sabiendo lo que hace y lo que arriesga. A la política le quedan las armas del diálogo, la negociación, el pacto, las ayudas, la cooperación… pero la guardia civil y la policía no tienen micrófonos ni mesas, sino armamento y material. Dentro de la ley. Ayer, en José Abascal, mi taxista -dijo ser licenciado en ciencias políticas- sentenció de forma brillante que él preguntaría a estas personas que debaten y dirigen estas cuestiones qué hacer cuando la disuasión no funciona. Qué hacer cuando los inmigrantes van a asaltar la frontera ahora mismo y sí o sí… ¿Qué debe hacer ese guardia civil o ese policía? ¿emplear la fuerza… o repartir preñaos de chorizo de Salamanca? ¿paz y amor? ¿buen rollito? -decía.

Todo lo que no sea responder al fenómeno con sabiduría y profundidad a todos los niveles -el político-estratégico y el operativo- y cada cual según lo suyo, será una invitación a efectos llamada muy negativos o la puesta de parches a un gigantesco drama humano en el que particulares, “oenegés” y administraciones emplean muchos recursos y mucha, mucha solidaridad sin que se logre atajar en su raíz. Pero no dejemos a los pies de los caballos a los guardias civiles y policías. Las imágenes venden más cuando esas fuerzas se emplean para no dejar traspasar la frontera que cuando quien tiene capacidad de negociación y de mitigación no lo hace como debe a nivel nacional e internacional. Y quien no haga sus deberes, pero en el nivel que sea, que se atenga a las consecuencias.

 

Somos un gran país que se permite el lujo de generar y consentir situaciones absurdas y peligrosas. En la crisis económica subyace una crisis política de gran calado y, bajo ésta, una crisis de valores. Y no estamos para dejarnos arrastrar, además, por una crisis de valor. Nuestra vida diaria, aunque nos parezca que no, está marcada por muchas cuestiones de Estado. Los accionistas de una gran empresa necesitan y reclaman un proyecto común atractivo y sólido, con altura de miras. Su consejo de administración debe trazar ese proyecto, aunando esfuerzos de todos los departamentos implicados y organizando el comité de dirección y la organización de la empresa para conseguir la buena marcha de la empresa y del negocio, que no son incompatibles. Por imperativo  ético y legal. Mucho más allá de recortar salarios y plantilla. Estoy seguro de que la empresa España se lo merece. Por las buenas, pero sin “buenismos”. ¿No les parece?

José Luis Hernangómez

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