A Daniel Anido, director de la Cadena SER, que publica un artículo llamando “palilleros, reprimidos, puteros y siniestros” a varios periodistas

El artículo se publicó ayer jueves en la página web de la Cadena SER. En él, Daniel Anido, el director de la emisora, lanza durísimas críticas contra algunos periodistas como Luis María Anson, Antonio Burgos, Federico Jiménez Losantos, Pedro J. Ramírez o Alfonso Ussía. Los califica textualmente de “palilleros, reprimidos, grasientos, puteros, siniestros, cobardes y acomplejados”. Todo esto, ¿a cuento de qué? Según el máximo responsable de la emisora de Prisa, estos periodistas propinan insultos a diario desde sus medios de comunicación. Por eso, Daniel Anido se despacha como hemos visto. Sin embargo, parece que consigue precisamente lo que critica con tanta intensidad: caer en descalificar personales y el insulto. Dice Anido que esos informadores desprestigian el oficio del periodismo. ¿Y usted, señor Anido? Mientras reflexiona sobre el asunto, aquí nuestra guindilla más picante.

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Este es el artículo de Daniel Anido, publicado el 17 de abril de 2008 en Cadenaser.com

La baba en la pluma

Cuando fluye la baba y el periodismo se acojona la tiniebla va cubriendo el espacio vacío; un territorio abandonado que ocupan pajilleros, reprimidos, grasientos, puteros, siniestros, cobardes y acomplejados, con nombres y apellidos.

Son de ilustres burgos, ansones, losantos, pejotas, usias y alguna que otra schlichting, pero segregan ese líquido viscoso y corrompido por la comisura de sus parpados, acentuando el asco que desprende su mirada.

Tenemos que mirar sus caras, seguir con atención el recorrido; ver como avanza ese residuo pútrido que desciende por los pliegues hasta la boca, como carcome gota a gota su lengua relamida; como la inunda y luego la desborda, para proseguir su camino hasta la mano pegajosa que sostiene la pluma y derramar allí toda su miseria.

Cuando fluye toda esta baba compartida y el periodismo se acojona, estos mirones clandestinos, estos fetichistas de la mugre, se proclaman profetas con derecho de pernada, levantan púlpitos con barrocos tornavoces, apoyan sus falanges en el antepecho, despliegan su abyección más tenebrosa y corrompen el espacio compartido.

Cuando el periodismo se acojona delante de estos usurpadores del oficio, la cloaca extiende su dominio, se adueña de la plaza pública y construye allí su pasatiempo favorito: el juego delictivo del insulto, donde prevalece y se premia la discriminación por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social, como pueden ser la orientación sexual, la fe o falta de ella, la ideología, la gestación, la edad, el nombre o el apellido.

 

Cuando el periodismo se acojona delante de estos mediocres, que confunden la baba con el intelecto, nuestra profesión pierde el futuro; los ciudadanos, su libertad, y la democracia, el sentido.

El periodismo tiene que hacer frente a la contaminación que desprenden estos exhibicionistas de la baba en la pluma, a la perversión que esconden bajo el necesario paraguas de la libertad de expresión.

Son previsibles. Se plantan delante de sus víctimas y abren con rapidez sus gabardinas, dejando ver su desnudez intelectual. Pero, son cobardes. Si les plantamos cara, mirando fijamente sus despojos orgánicos, señalando con el dedo su minusvalía y mostrando nuestro desprecio con una sonora carcajada, que al tiempo alerte al resto de la ciudadanía, salen corriendo a esconder sus complejos y sus colgajos... en el fango.

(A ellas, que sufren estos días el maltrato de quienes quieren robarnos el oficio: disculpas.)

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