Adiós, Atticus; adiós, Lee

Dicen que lo único que tiene que hacer una persona en la vida es plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo. Puedo intuir que Harper Lee tuvo hijos, pero desconozco si se dedicó a labores de jardinería. Lo único que sé de ella es por su libro: Matar a un ruiseñor. Y aún así, me da la impresión de que la conozco más que a otros muchos cuyas caras me son familiares en el día a día.

¿Cómo era Harper Lee? Para imaginarla nos basta acudir a Atticus. A través de él, Lee vive. Se ha muerto, pero vive. Y ella es siempre dulce, discreta, una persona más. Como su creación, probablemente "no hacía nada que pudiera despertar la admiración de nadie: no cazaba, no jugaba al póker... se sentaba en el porche y leía".

La noticia de su "supuesta" muerte (me resisto a pensar que es cierta) nos deja en un estado de shock, de hemiplejía moral; no se nos va una escritora, se nos va una amiga. De esas que nunca tienen una voz más fuerte que otra, de las que susurran, de las que hablan directamente al corazón del hombre.

¿Atticus? ¿Harper Lee? Que más da. Son los dos y son uno. Atticus nació gracias a Lee y ahora, que la muerte ha intentado arrebatárnosla, es Lee la que vive gracias a Atticus. Nos sigue susurrando, con esa gracia tan femenina, tan gentil, tan suave. Nos avisa que la conciencia es lo más valioso que tenemos, que más vale que seamos hombres y mujeres íntegros que vendernos por un puñado de monedas, que todos somos iguales. Nos hace recaer en que, como decía aquella otra novela, lo pequeño es hermoso y que, por supuesto, matar a un ruiseñor es de los pecados más graves que existen.

No sé, al fin y al cabo, para qué escribo estas líneas. Quizás para superar el trago, para llorar con palabras, para rendir tributo. Hace seis o siete años leí su novela. Y ahora, si algo bueno tengo, estoy seguro que tiene algo de Lee. Matar a un ruiseñor no fue, no es un libro sin más. Escrito casi a modo de consejo, de deliciosa narrativa, nos introduce en los problemas fundamentales del hombre, la desigualdad, la hipocresía, la pobreza. Y los resuelve no con las estridencias tan propias de esta época, si no en el silencio, en el susurro, en el consejo. ¡Ay, si aprendieran muchos esto!

Puede que estas líneas no sean como las abundantes necrológicas que irán saliendo. Puede que no estén a la altura de muchas otras. No lo pretendo. Pero me gustaría pensar que son solo unas líneas más, que no tienen nada de especial, como Atticus Finch, como tú, Lee, donde quiera que estés. Gracias.

 

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