Anders Breivik o cómo desafiar al mundo

“Está loco, se ve como un guerrero. Vive en una burbuja y tiene una visión de la realidad rara y difícil de explicar” así definía su propio abogado a Anders Breivik, el autor de la peor masacre cometida por una sola persona y de la que estos días se cumple el primer aniversario.

Desequilibrios que tienen en común algunos de los asesinos que en los últimos años han puesto en jaque a sociedades enteras. Nadie podrá olvidar los asesinatos perpetrados por Mohammed Merah en Toulouse el pasado mes de marzo o el tiroteo en Tucson en el que 18 personas fueron heridas, resultando fallecidas 6 de ellas y en el que salvó milagrosamente la vida la congresista Gabrielle Giffords.

Tragedias como la llevada a cabo por estos individuos se han dado siempre a lo largo de la historia y, desgraciadamente, se seguirán dando –ejemplo de ello son los actos terroristas–. Siempre existirán hombres buenos y hombres malos, ciudadanos ejemplares y ciudadanos inmorales pero, aún siendo conscientes de la irracionalidad de determinados seres humanos, debemos plantearnos qué es lo que pueden y deben hacer las instituciones para mitigar los efectos y pulsiones de aquellas personas que por razones de distinta índole buscan desestabilizar a la sociedad.

La labor de las instituciones tiene que ir encaminada a ofrecer a los ciudadanos un clima de seguridad, donde los Estados se doten de leyes adecuadas a los tiempos en los que vivimos y las apliquen con sensatez, rigor y coherencia.

En estos momentos, el desafío a la seguridad de nuestras sociedades es mucho mayor que hace unas décadas y requiere por parte de los poderes públicos una respuesta firme y acertada. Los Estados deben ser capaces de hacer frente con eficacia a los desafíos crecientes que plantea la seguridad. Se deben extremar los esfuerzos para luchar contra todos los delitos, especialmente los que crean un particular clima de inseguridad como los que llevó a cabo Breivik en Oslo y Utoya. Del mismo modo, se hace imprescindible potenciar la plena integración como espacio de seguridad para los ciudadanos en el ámbito de la Unión Europea.

Es cierto que se pueden mejorar los mecanismos de control por parte de las autoridades competentes, que debemos perseguir una seguridad más eficaz y eficiente ante posibles nuevas amenazas, que en ocasiones los protocolos de actuación fallan y se han de optimizar, que existen nuevos desafíos a los que hay que hacer frente. Todo esto se puede y se debe mejorar, se puede y se debe combatir pero hay algo a lo que no es fácil dar una respuesta: la irracionalidad del ser humano.

 

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