Cataluña y su anhelo soberanista

Tengo en mi blog dos artículos histórico-culturales sobre Cataluña, de la mano de Laín Entralgo el uno y de Marañón el otro. Pero ahora me olvido del médico-historiador y del historiador de la Medicina (curioso) para tomar yo mismo las riendas.

Ayer encadené cuatro tuits para comunicar que considero que transitamos el momento más transcendental en España desde 1936-39. Esto no debe sonar a tambores de guerra, pues añadí que hoy la situación económica y de todo tipo del común de las gentes es tan distinta de la precaria de entonces que yo diría que vivimos, no ya en otro tiempo, sino en otro planeta. Aviso que, como en la mayoría de artículos escritos aquí, no voy a echar mano de Wikipedia, estas líneas están brotando de un hontanar personal e intransferible. No es por darme importancia, es que además es tempranísimo y no tengo ganas de moverme de este "folio."

Lo primero, siento tristeza, una pena con anclaje quizá en el egoísmo: constatar  que nos quiere dejar (adèu, Espanya) un porcentaje muy considerable de la población de la región a la vanguardia de España en tantos aspectos desde la segunda mitad del siglo XIX. Además la tierra catalana, moldeada tan pronto en el torno grecolatino, ha dado el precipitado de un componente humano que, hablando claro y sin que nadie se moleste, veo más refinado que el de la mayor parte del resto del país. Siempre habrá algún demócrata de toda la vida que husmee en esas palabras un componente étnico. Me da igual, el etnicismo no es malo de por sí.

El anhelo soberanista se remonta en Cataluña no a 1714, la fecha más citada por tirios y troyanos. Es muy anterior. Para empezar, vayamos a 1640. Como he dicho que no pienso visitar Wikipedia en estas horas más propias de estar en brazos de Morfeo (ni papel alguno), permítase a mi floja memoria dudar si fue aquel año o el siguiente cuando se produjo el episodio del Corpus de Sangre. Vaya, la fracasada rebelión catalana fue coetánea de la triunfante portuguesa (y de alguna otra que no viene al caso). Podemos tirar más atrás en el calendario pues, latente o emergente, siempre ha estado ahí ese anhelo.

Yo no sé si bajo el actual proceso laten, en la clase dirigente, motivos espurios, como cubrirse ante la escandalosa corrupción que ha ensuciado aquel territorio, o un ardid de pedigüeños que amagan con la independencia para terminar reculando y sacar más dinero al estado asustado. O si realmente no hay doblez alguna. En este último caso, no serviría un trato más generoso: una joven que no siente atracción por un joven que la pretende, lo que quiere es que la deje en paz, no que la ronde y regale.

Inciso: estoy escuchando ahora mismo a La Voz (Fede, Jiménez Losantos quiero decir, ya se entiende). No es necesario explicitar de qué está hablando. Alguien que no recuerdo le llamó "boquita dilecta de la derecha", o algo así. Se le olvidó intercalar la palabra "extrema". Ja, ja, a Don Mariano le llama "Prudencio Galbana, alias Vagancio", "cobardón de La Moncloa" y similares piropos. Como tantos otros, Losantos pasó de la extrema izquierda a la extrema derecha. Es lo malo de escribir desde joven, que te quedas en cueros ante la opinión, y luego tienes que publicar algún que otro librillo para justificarte cuando das el giro copernicano. En estos momentos, sin embargo, está radiando una verdad: el asesinato de unos seis o siete mil religiosos en la España republicana durante la Guerra Civil.

Sigo tras el paréntesis sobre Federico, a quien no escuchaba, hasta este septiembre, desde años. Erraría quien pensara que estoy en ejercicio de impoluta equidistancia. Ya he dicho que siento tristeza, porque una España sin el extraordinario país catalán sufriría una merma considerable en todos los aspectos: territorial, demográfico, económico, cultural, etc. Así que espero que sigamos juntos, que ese extremo de España cuya capital es la ciudad más esplendente de toda la península, no suelte amarras. Y que no sea porque se lo impidan, sino por convicción.

 

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