¿Conocer sin consentir?

Al margen de las consideraciones éticas y morales que implican los proyectos de ley del aborto de menores sin conocimiento ni consentimiento paterno o la píldora postcoital a las menores sin límite de edad y sin necesidad de receta, me pregunto: ¿es qué con estas arriesgadas leyes quieren cargarse del todo la ya precaria autoridad parental?

Según parece ya hay algunas personas con responsabilidades públicas -y con algo de sentido común- que se cuestionan la viabilidad de estos proyectos políticos. Al menos, dicen, los progenitores deben “conocer” lo que traman sus vástagos, aunque luego los pobres padres no puedan “decidir” si les autorizan o no. Y aquí vuelvo a cuestionarme: ¿a qué viene generar esta gratuita impotencia parental? ¿para qué convertir a los padres en algo así como “además de cornudos, apaleados”? Totalmente atados de manos, inhibidos en su importante parcela educativa.

Acaso pretenden que vayamos alucinados de la ya clásica amenaza filial al perplejo padre: “¡No me levantes la mano que te denuncio por maltrato!”, al escalofriante aviso de ahora de la niña: “Hoy vendré tarde a comer porque antes quiero pasarme por la clínica para abortar”. Y cuidado, papás: chitón y a poner buena cara.

 

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