Educación en la familia

Un conocido autor, Franz Kafka, a caballo entre los siglos XlX y XX, dejó escrito cómo la actitud autoritaria de su padre marcó su vida. Por otra parte, no hay que olvidar las neurosis que padeció y su ser atormentado y complejo. La desesperación y el absurdo impregnan su obra. Posteriormente, muchos generalizaron sus ideas y los hechos protagonizados por una persona que llegó a determinadas conclusiones desde su óptica enfermiza.  En una familia normal, la autoridad de los padres no es castradora sino conductora. El desprestigio y la condena de la autoridad paterna y materna, la dejación y la permisividad traen como consecuencia una crisis de identidad en la adolescencia, y favorece la manipulación del entorno social sobre los hijos haciéndoles creer que son libres y originales al adoptar unos tipos de conductas uniformadas, claramente gregarias.

Hay padres que saben muy bien lo que quieren e intentar educar coherentemente a sus hijos pero se desconciertan cuando el ambiente, las amistades, los medios de comunicación, etc. parece que pueden más. Verdaderamente es una cuestión difícil pero hay algo en lo que coinciden los orientadores familiares: cuando no se ejerce la autoridad paterna el problema se complica extraordinariamente. Es lamentable ver a padres y madres jóvenes, buenos profesionales en su trabajo, cómo son manipulados por sus diminutos “dictadores” de 3, 4, 5, 6 años. Incapaces de resistirse a los caprichos de sus hijos o frenar sus rabietas, los padres satisfacen cualquiera de sus exigencias y los niños imponen el ritmo de la casa, el contenido de sus comidas, los paseos, los juegos y hasta la hora de ir a dormir.

Cuando en una familia hay un buen proyecto educativo, se concretan y resaltan los valores que se consideran importantes. Lo normal y habitual debe ser que los hijos los hagan suyos desde niños, en mayor o menor medida. El verdadero problema reside en la carencia de proyecto educativo y esto se da cuando los padres delegan sus propios deberes en la escuela, cuando los niños perciben que no se valora el esfuerzo, que se lleva a la práctica una conducta indolente y que se valora, sobre todo, el placer que proporcionan las cosas materiales, palpan el culto al dinero y el “sálvese quien pueda”.

Existe una generación, o más de una, de padres sumisos y permisivos, que no cayeron en la cuenta de que su falta de autoridad y la no existencia de proyecto educativo, traería como consecuencia que sus hijos no tuvieran una personalidad madura y equilibrada. Ya se han realizado muchos estudios y se ha podido comprobar que los chicos educados en unos principios morales claros tienen menos riesgo de caer en la droga, el alcohol y la promiscuidad sexual. No se puede esperar a la adolescencia para actuar ya que los buenos hábitos se aprenden y se incorporan en la infancia.

Las librerías están repletas de ejemplares sobre educación pero muchos de ellos se centran en lo inmediato: cómo hacer feliz al niño y no cómo educarlo para que pueda ser feliz en el futuro. Rara vez hablan sobre la enseñanza de buenos hábitos, de virtudes, como si esa educación no fuese eficaz o como si el término “virtud”  pudiera “herir sensibilidades”. Según Andrew Mullins, pedagogo australiano, las crisis de los chicos indican que los métodos actuales de educación han perdido eficiencia. Dice lo siguiente: “Las sociedades occidentales han estado de acuerdo, desde hace 2.400 años, en que las virtudes son la base de la formación del carácter y del desarrollo de la personalidad.”

Es impresionante comprobar que una gran parte de los padres no se ocupa de la educación afectiva de sus hijos. Si confían y delegan en el ámbito escolar, han de saber que allí no se suele proporcionar otra visión que la biológica y toda la información sobre los recursos de lo que algunos llaman fontanería genital. El resultado es desolador, se da un desamparo afectivo y moral de miles de adolescentes. Cuando los años pasan, muchos se convierten en personas sin ilusión, sin ideales, y encuentran el vacío, se produce un vago sentimentalismo sin profundidad y un montón de “experiencias” que han desarbolado la sensibilidad. No es de extrañar que las personas que genera nuestra sociedad lleguen al matrimonio y fracasen, van a “lo que salga”, sin un verdadero proyecto de vida en común.

La educación ha de comenzar desde pequeños y en la casa. Los padres deben esforzarse en educarlos en el terreno afectivo, sexual y moral ya que los hijos han de estar bien pertrechados para desenvolverse en un medio hostil. La vida familiar sana requiere convicciones claras y espíritu de sacrificio por parte de los padres ya que no se conoce otro remedio para evitar que la riada se lleve a los hijos al cumplir una determinada edad. Ayudarles a educar la inteligencia y la voluntad, dotarlos para que sepan sobrevivir en medio de la publicidad de masas y de los medios de comunicación social.

 

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