Iglesia y familia

Una de las características de las democracias inmaduras, o tal vez de los dirigentes inmaduros o con carácter más abiertamente psicopático, es el miedo instintivo a todos los poderes sociales. Por ello, los tratarán de controlar, neutralizar, o, en su caso, destruir. Y no sólo los poderes institucionales: Justicia, Prensa etc., sino esos otros que surgen espontáneos y que son necesarios para el funcionamiento y desarrollo social: enseñanza, sanidad, religión y, sobre todo, la familia.

La Iglesia y la familia son los más atacados, por ser donde se forjan los cimientos de la libertad individual y la conciencia moral: los dos antídotos que impiden el siempre regresivo paso de individuo a masa, y por ello dificultan su manipulación.

Ya refirieron Marañón y Ortega que las características de las masas son la ausencia de responsabilidad, la sustitución de la razón por la sugestión y su fácil manipulación por personalidades sin freno moral. Los que organizan las propagandas ya cuentan con ello- diría-. Los constantes y obsesivos ataques a la Iglesia responderían a esta dinámica. Respecto a la familia, el combate es aún más profundo y silente: se destruye su concepto y estructura, se estimula su disolución y se cosifica a los hijos, se dificulta la concepción en favor del rendimiento laboral y se facilita el exterminio del hijo si está dentro de su madre, utilizando los mismos argumentos que durante el nazismo y la esclavitud.

 

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