Millán-Astray: paradójicamente, un héroe


El 20 de septiembre de 1920, el Gral. Millán-Astray funda La Legión. El 20 de septiembre de 2016, 96 años más tarde, los miembros de la Comisión de la Ley de Memoria Histórica certifican la defunción de la calle que, desde 1927 (9 años antes de la Guerra Civil), recuerda y honra las gestas bélicas del Fundador de La Legión en la ciudad de Madrid.

La fecha del 20 de septiembre o los argumentos aportados por Chema Urquijo, secretario de ese comisionado, constituyen el principio de un cúmulo de paradojas que, como el famoso “¡Viva la Muerte!” de alguno de los presentes en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936, no sirven más que para evidenciar el papelón de estos “jueces” designados a dedo y el carácter sectario de su decisión.

Casi un siglo de historia, casi 100 años de gloria y, de un plumazo, la sentencia condenatoria humilla al hombre que hizo posible que la aventura de la Legión surgiera y se convirtiera, incluso dentro del corazón de todos los miembros del comisionado, en una unidad envidiada y admirada. De bien nacido, ¿es ser agradecido?

Ciertamente, el veredicto de los comisionados resulta paradójico por esa injusta e ingrata “recompensa” en forma de desprecio a la heroicidad de Millán-Astray en Filipinas y Marruecos u olvido de su abnegada entrega y labor social con los más humildes en el Barrio de Las Latas, a medio camino entre el actual Puente de Vallecas y Moratalaz.

Con toda seguridad, la mayor parte de ese tercio del barrio que en las últimas elecciones votó al partido político que, ahora en 2016, le retira la calle al general, tuvo algún antepasado que dejó constancia de esas innumerables muestras de afecto gracias a su capote, a una manta, un juguete, un chusco de pan o un puñado de alubias o lentejas cuando, en compañía de los Mutilados de Guerra, caminaba por las calles del barrio vallecano. Paradójico, ¿o no?

La degeneración actual, también paradójica por unos tiempos que distan mucho de aquellos años de la dura y cruel post-guerra madrileña, no entiende de honor ni, como aliada del materialismo instalado en nuestra sociedad, del tributo por los servicios prestados. Es mucho más práctico (aparte de los votos que se pueden conseguir) degradar la figura del héroe y, poniéndose a la indignante altura de los nuevos iconos sociales y políticos, minimizar sus logros pretéritos y hacer la vista gorda con los activos de su currículum.

Además, con esta rocambolesca jugada se pueden obtener los frutos más inesperados sin que un aletargado pueblo carente de valores sospeche de las intenciones primarias de la consabida Ley de Memoria Histórica, su sibilino artículo 15 y, como no podía ser de otra manera, su parcial resolución en modo “divide y vencerás”.

El objetivo es lograr la división, establecer la fracción social y, ya de paso, desviar esos balones etiquetados con cualquiera de los problemas reales que acucian al ciudadano de a pie. De nuevo, la paradoja se torna en protagonista al prescindir de ese tan cacareado espíritu de reconciliación que, abrumado por el rencor y la revancha, es incapaz de competir con un buen plato de venganza; por supuesto, servida en frío y de unas manos impregnadas de la parcialidad documental e interpretativa.

Sin entrar en detalles, todos y cada uno de los miembros comisionados han quedado retratados por la consecución del consenso, independientemente de su criterio y reflexión personal o, en un caso, espiritual. Como en La Legión, la misión ante todo. Y si hubiese lugar a la duda a la hora de alcanzar ese unánime propósito, siempre quedará la provocación de una nueva denominación, Avenida de la Inteligencia, para satisfacer las mentes intelectualmente indigentes o martirizar a propios, algún miembro de la comisión, y extraños, los que, paradójicamente, amamos a nuestros héroes y respetamos su memoria.

 

Emilio Domínguez Díaz

Licenciado en Filología Inglesa

Doctor Europeus en Humanidades

Antiguo Caballero Legionario


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