Niños y adolescentes sin rumbo en la vida

The British Journal of Psychiatry publicó un estudio (“Economic cost of severe antisocial behaviour in children – and who pays it “) según el cuál tener un niño con mal comportamiento severo cuesta 11 mil dólares más al Estado y la familia, con respecto de uno con buen comportamiento.

The British Journal of Psychiatry publicó un estudio (“Economic cost of severe antisocial behaviour in children – and who pays it “) según el cuál tener un niño con mal comportamiento severo cuesta 11 mil dólares más al Estado y la familia, con respecto de uno con buen comportamiento. En niños con mal comportamiento se gastan 535 dólares al año en atención hospitalaria por accidentes, 54 dólares por ambulancias y otras emergencias, 143 de asistentes sociales para dichas familias, 60 por reparaciones de la casa. La muestra estuvo comprendida por 80 niños de entre tres y ocho años. De los cuáles tres cuartas partes eran varones y provenían generalmente de familias pobres cuyos padres poseen un nivel educativo bajo.   British Medical Association's también presentó un informe (“Child and Adolescent Mental Health”) revelador: entre el primer y los quince años de edad, uno de cada diez niños experimentará un trastorno de salud mental. Factores como la desintegración familiar, el abuso de alcohol y la dieta serían causas potenciales. El 9.6% de los niños entre 5 y 16 años experimentan problemas de conducta o emocionales. Entre los 11 y 16 años, el 12.6% de varones y el 10% de mujeres sufren de trastornos mentales. Los niños pobres, los adoptados y aquellos que están sujetos a violencia doméstica son más susceptibles a contraer problemas de salud mental.   Estas cifras sólo representan la punta de un “iceberg educativo” complejo cuando de disciplina escolar se trata, pues es evidente que además de los gastos económicos en los que el Estado y la familia incurren por causa del mal comportamiento de estos niños, también es necesario doblegar el esfuerzo, mejorar los planes de acción en virtudes, educar a los padres para que éstos se encuentren con las suficientes capacidades intelectuales, afectivas y morales para ser un ejemplo auténtico frente a sus neófitos.   Ambos estudios son contundentes respecto a las consecuencias de una educación pobre en virtudes, de una formación que no alcanza niveles sensatos que permitan en los alumnos un mejor autodominio, mayor capacidad para enfrentar los problemas y una voluntad más fortalecida que no se amilane ante las dificultades.   Pero tenemos que ir a las causas: desintegración familiar, nivel educativo de los padres deficiente, pobreza, violencia doméstica, sexo, alcohol y drogas. ¿Desde qué momento de la historia contemporánea los padres dejaron de educar a sus hijos y delegaron dicha responsabilidad solo en manos de la escuela? Por enésima vez evidenciamos científicamente que la indiferencia educativa hacia los niños o adolescentes en pleno proceso de formación le está cobrando un precio muy alto a nuestra sociedad.   Los problemas de conducta o mal comportamiento no son sino un reflejo claro de lo mucho que importa el ambiente familiar en el proceso educativo de toda persona. Si hoy –sin saberlo o no- los padres dejaron de responsabilizarse directamente en la educación de sus hijos, mañana ellos no tendrían autoridad moral para exigirles que sean coherentes a las normas de convivencia básicas que toda sociedad civilizada necesita para poder desarrollarse.   Quisiera detenerme en dos ejemplos propios de nuestra realidad que contribuyen a que los niños y adolescentes presenten problemas de conducta: la publicidad y la permisividad en los padres de familia, ambos inadmisiblemente nefastos. En el primer caso, los anuncios nunca permiten que el espectador piense en qué consiste educar y que como fruto de ese discernimiento pueda concretar acciones a ejecutar en el plano de su familia respecto a quienes le rodean. A ello se añaden anuncios y programas televisivos descaradamente antieducativos.   Una de las razones por las que la educación actual se encuentra en una profunda crisis, es la carencia de autoridad, la cuál muchas veces en el ámbito familiar es confundida con autoritarismo: no se trata de imponer unas normas a las cuáles haya que obedecer de manera sumisa y sin reflexionar en torno a ellas. Se trata de ayudarles a los hijos a pensar sobre el sentido que tiene establecer un orden que nos conduzca a ser mejores personas. No olvidemos que muchas veces los escolares reproducen en el aula aquella violencia que reciben en sus hogares.   Ahora hablemos de la permisividad en los padres. Hace unos años la policía de Washington –basándose en su experiencia relacionada con violencia juvenil- redactó un decálogo titulado “Cómo hacer delincuentes”, que a la luz de lo que venimos comentando puede resultar ilustrativo para aquellos padres que permiten todo y exigen nada.   Dé a su hijo todo lo que le pida. Así crecerá convencido de que el mundo le pertenece. No le dé ninguna educación espiritual. Espere que alcance la mayoría de edad para que pueda decidir libremente. Cuando diga groserías, festéjelas. Esto le animará a hacer más cosas "graciosas". No le reprenda nunca ni le diga está mal algo de lo que hace. Podría crearle complejos de culpabilidad. Recoja todo lo que él deja tirado: libros, zapatos, ropa, juguetes,... Hágaselo todo, así se acostumbrará a cargar la responsabilidad sobre los demás. Déjele leer todo lo que caiga en sus manos. Cuide de que sus platos, cubiertos y vasos estén esterilizados, pero deje que su mente se llene de basura. Dispute y riña a menudo con su cónyuge en presencia del niño. Así no se sorprenderá ni le dolerá demasiado el día en que la familia quede destrozada para siempre. Dele todo el dinero que quiera gastar, no vaya a sospechar que para disponer de dinero es necesario trabajar. Satisfaga todos sus deseos, apetitos, comodidades y placeres. El sacrificio y la austeridad podrían producirle frustraciones. Póngase de su parte en cualquier conflicto que tenga con sus profesores, vecinos, etc. Piense que todos ellos tienen prejuicios contra su hijo y que de verdad quieren fastidiarle.   Tampoco debemos buscar culpables al momento de pensar en quién recae la responsabilidad para evitar que los escolares adopten malos comportamientos. Sin embargo, haríamos mucho si empezamos con la familia y los medios de comunicación. Más tarde no nos arrepintamos de la escasez de rumbo en nuestros niños y adolescentes.

 

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