Sirenas a babor

Hace poco más de diez años llegué a una conclusión: la visión dualista de la ideología política en derechas e izquierdas se ha quedado obsoleta para los tiempos que corren. Los ciudadanos nos vemos obligados a aceptar un bando político, en bloque, con toda la ideología que se le ha atribuido tradicionalmente a ese bando. Derecha o izquierda.

Sin embargo, somos muchas las personas que, al identificar los problemas de la sociedad, vemos soluciones factibles y convincentes a ambos lados del centro. Este dualismo ideológico que se encuentra tan arraigado en la sociedad española, no ha hecho más que perpetuar el bipartidismo en el escenario político y evitar la regeneración de los partidos. Todo en detrimento de los ciudadanos, que no vemos reflejadas nuestras ideas en las opciones políticas disponibles. Y al decantarnos por un partido se nos etiqueta y se nos atribuyen no sólo ideas, sino gustos y preferencias del bando político correspondiente. Esto es un error, por no decir un desastre, pues no existe un reflejo fiel de la identidad ciudadana en los partidos. Por todo lo expuesto, reafirmo mi conclusión y sigo pensando que por inercia continúa el dualismo. Una inercia que debería parar,  para que el esquema político de nuestro país pueda cambiar.

Ahora bien, para entendernos va a haber que posicionarse. Voy a tener que ajustarme al esquema establecido. Y antes de que juzgue usted, querido lector, le confieso que no soy fan de la tauromaquia, tengo una gran conciencia social, soy defensor del sistema público de sanidad, así como del educativo, considero la crisis económica como el resultado de un terrorismo financiero perpetrado por banqueros y políticos...Y lo más importante de todo, soy amante de la libertad.

Dicho esto, a mi partido se le ha puesto la etiqueta de derecha, y si es una persona de extrema izquierda el que la pone, llevamos la etiqueta de extrema derecha. Curioso, ¿verdad?        

Pienso que en el ámbito político se deben recuperar la moral y los valores. Y antes de que me malinterprete, deme tiempo querido lector. Actualmente existe una tendencia a identificar elementos inherentes del ser humano esenciales para su vida en sociedad, como un yugo opresivo. El valor de la familia, de la vida, la coherencia, la honradez, el respeto, la dignidad, la unidad..., son interpretados como una coartación de la libertad, como un impedimento para progresar. Se promueve la aversión por estos valores en aras del progreso y la igualdad. Y a todos los que consideran importante el cuidado de estos elementos, se les tilda de neoconservadores, tradicionalistas, fachas, etc. Esta identificación de los valores con opresión, resulta de una manipulación de la opinión pública y constituye una importante arma política en la batalla electoral. En las líneas editoriales de los medios de comunicación se repiten tópicos que una parte de la sociedad acaba aceptando como verdades incuestionables. Viene a ser como el canto de las sirenas que embauca a los ciudadanos en un bando político, concretamente la izquierda, que lleva por bandera el progresismo, la igualdad, la libertad...Un canto de sirenas que ha escorado hacia la izquierda casi todas las opciones políticas en este país, huyendo de yugos imaginarios sitos en el bando de la derecha, como el fascismo, un estado confesional, la intolerancia, la represión...En resumen, ¡un horrible leviatán!

Es evidente que el planteamiento ideológico en lo que a la derecha se refiere lo manipulan para manipular. Y aparece un gran problema: la libertad que no es libertad. Frente a un bloque ideológico que aboga por la destrucción de todo referente moral como progreso y el herir intencionado de sensibilidades como libertad, no tiene cabida la defensa de los valores. Porque al menor atisbo de disconformidad con lo que se viene estableciendo por imposición, y no por proposición, prepárese mi querido lector a recibir descalificaciones del tipo machista, homófobo, intolerante, falocentrista, patriarcal, fascista y todos lo demás que le quieran poner. De facto, el entramado legislativo se encuentra a merced de una ideología concreta, con el riesgo de situar en la ilegalidad a los que no piensan igual. Me llama poderosamente la atención que se presuma de libertad instaurando una ideología como verdad inamovible. En primer lugar, porque la verdad se propone, no se impone. Y en segundo lugar porque se ve mermado el derecho a defender unos valores del todo lícitos y dignos. ¿Dónde ha quedado aquí la libertad?

Un ejemplo claro lo encontramos en la cuestión de la religión. El estado laical  garantiza la posibilidad de profesar las distintas confesiones, en virtud del derecho a la libertad religiosa. El problema aparece cuando desde el poder político se profesa un ateísmo militante, oprimiendo la dimensión espiritual de la persona en general, y la profesión religiosa en particular. Con el cristianismo sobremanera, ya que existe una obvia actitud beligerante en contra que está de moda. Una moda de mal gusto que pasa ya de castaño oscuro. ¿Dónde está aquí la libertad?

El ejercicio de la actividad política debe estar orientado a la resolución de los problemas de convivencia y no a la propaganda y militancia de una ideología concreta. Ciertamente, lo que se promueve son posturas revanchistas y  guerras de "ellos contra nosotros", además de perseguir y destruir principios y valores que choquen contra lo que llaman progresismo. En definitiva, un marxismo cultural disfrazado de progreso e igualdad, que engaña a la sociedad y usurpa su libertad.

Pienso que la libertad no pasa por homogeneizar el pensamiento de la sociedad, lo que se está llevando a cabo actualmente, sino por aceptar su heterogeneidad y plantear la convivencia como un reto, y no como una guerra ideológica. Quizás la libertad pase por abandonar ese rumbo hacia la izquierda motivado por cantos de mentira y aceptar que siempre seremos diferentes para fomentar una actitud de encuentro. Quizás la verdadera libertad consista en descubrir que los principios y valores que algunos intentan destruir, es lo que nos permite, pese a nuestras diferencias, convivir fraternalmente y vivir en paz.

 

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