Sobra tanto bombo y platillo o es por mala conciencia.

La muerte tiene a veces una dimensión política, en el sentido amplio de la palabra, que resulta imposible soslayar. Quiera Dios infundir esperanza a los familiares, amigos y compañeros de los militares muertos para afrontar con entereza estos momentos. Es que la muerte de los diecisiete militares españoles en Afganistán supone la primera gran crisis política del Gobierno de Rodríguez Zapatero, habida cuenta de que en ella se conjugan el fallecimiento de casi una veintena de compatriotas, un hecho ya de por sí grave, con el debate sobre la presencia exterior de nuestras tropas, que el PSOE utilizó de manera partidista y sin demasiada altura ni sentido de Estado durante su tiempo de oposición. La tragedia sitúa, en fin, al Ejecutivo socialista ante el espejo de dos antecedentes: si es un siniestro, el del Yakolev, y si es un ataque, el de los asesinatos de los agentes del CNI. Y ambos parecen incómodos para él. Tenemos la sensación que el Gobierno ha afrontado la muerte de los militares españoles en Afganistán con la psicosis de intentar minimizarlo y, sobre todo, que no se convierta en otro "Yak 42". Los movimientos y la campaña que hizo entonces el PSOE pueden ahora volverse contra el Ejecutivo. Los ciudadanos, además de mostrar compasión por las victimas y sus familiares, sólo queremos luz y no ejercicios pirotécnicos vía satélite, es así que algunos pensamos, que todo el montaje a bombo y platillo sobra a no ser que sean necesario para borrar lo que pueda parecer mala conciencia.

 

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