¿Será el Sr. Bono el Ministro de asuntos religiosos?

La cultura y formación religiosas -adquiridas muy probablemente gracias a la asignatura de religión de sus tiempos escolares- que está demostrando poseer el Sr. Bono, entiendo que lo hacen merecedor de ser nombrado Ministro de Asuntos Religiosos.

Sabe dar a sus mensajes el tono y la contundencia necesarios. Utiliza con soltura, y muy adecuadamente, parábolas y pasajes evangélicos, e incluso hasta del Antiguo Testamento. Todo ello con un impecable estilo de buen orador, palabra que puede ser tomada en su doble acepción.

Me recuerda al Padre Martínez (S.J.) que, en mi niñez, explicaba por la radio el evangelio de cada domingo, justo antes del parte de las dos y media de Radio Nacional. También me trae recuerdos de uno de los predicadores de los ejercicios espirituales de mi colegio de curas. Está muy próximo a sus principios, tan proféticos e iluminados.

Pero, sin embargo, el Sr. Bono se desmarca públicamente de varios de los postulados fundamentales de la Iglesia oficial, muchos de cuyos miembros -incluidos algunos Obispos- son, a su parecer, sectarios. Es natural que lo diga, y que lo piense, ya que confesarse católico y a la vez colaborar en la aprobación de determinadas leyes alejadas -y contrarias- a preceptos de la Iglesia le lleva, inevitablemente, a plantearse que la Iglesia está equivocada.

Debiera tener presente que pretender compatibilizar contradicciones ha llevado a muchos a ser sectarios de sí mismos. Que es lo que él critica de los demás. En las lecciones de moral impartidas por el Sr. Bono hay una especial insistencia al octavo mandamiento. Sí, ese que ordena no mentir. Reprueba dicha conducta a sus contrarios (no digo enemigos porque, por sus principios, supongo que no los provoca y, por tanto, no los tiene) mezclando aspectos políticos y religiosos.

Puede que tengan algo de razón los que opinan que da la impresión de ser un egocéntrico narcisista y que abusa del parloteo demagógico. Son muy celebradas sus frases, sembrando dudas, del estilo de: "yo no digo que el anterior ministro fuera consciente de que estaba mintiendo, yo lo único que digo es, que creo, que es posible, que probablemente mintiera, sobre todo si sabía que lo que decía no era la verdad, que es lo que tenía que saber y decir..." o "niego que yo le haya insultado llamándole mentiroso. Eso lo sabrá él, porque si mintió si es un mentiroso".

A veces hace distinción entre los mentirosos y los fariseos evangélicos. El día que decida explicarnos cuestiones de teología dogmática aderezada con argumentos de la escolástica tomista estaremos perdidos. Algún creyente se habrá quedado perplejo cuando, ejerciendo de indiscutible juez moral, ha declarado que "el presidente y el resto de compañeros del Gabinete son gente muy bondadosa a la que, desde mi visión evangélica, Cristo no les llamaría la atención".

Definitivo. Las adscripciones ideológicas de los ciudadanos son respetables y nadie debe ser juzgado por ellas. Por supuesto, tampoco un Ministro. Por lo que si debe ser juzgado es por sus actuaciones como tal Ministro. Y es que pertenecer a un credo religioso no siempre es garantía de eficacia, ni siquiera de honradez.

Sin ir más lejos, y por su actualidad, no hay más que pensar en ciertos islamistas muy religiosos, pero que justifican asesinar a semejantes. Por eso no entiendo bien el empeño del Sr. Bono en hacer referencia pública constantemente a su pertenencia a una determinada Iglesia.

 

Sólo lo entendería si entre sus aspiraciones políticas estuviera la de ser nombrado, también, Ministro de Asuntos Religiosos. Cargo que, por otro lado, no veo especialmente compatible con el de Ministro de la Defensa Nacional. Curiosamente él siempre dice que "no nació para ser ministro". Es lo mismo que manifiesta el Sr. Alonso, de Interior. Estas confesadas faltas vocacionales de unos, unidas a las manifiestas incompetencias de otros(as), igual pueden explicar algunos de los espectáculos que está dando el Gobierno.

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