Zapatero en Nueva York

Con esa carita de ángel que dan ganas de arrancarle los mofletes a latigazos, nuestro indigne estadista ha estado grande, colosal, homérico. Sabias son las palabras que han brotado de sus labios como caricias de enamorado. "Bastante sensato, lógico y justo sería pedirle un esfuerzo a las entidades financieras". Pero por favor y sin prisas, no se nos cabreen y nos líen otra, que sería ya la definitiva. Luego, un par de euros voluntarios en los billetes de avión, igual que se demanda la voluntad en el metro. Y, para postre, que muy bien, que peleemos todos juntos contra la pobreza, pero que ahora me pillas sin cambio, vuelve el año que viene y ya veremos, que me han venido los recibos y este mes voy muy justo. Éste es mi presidente y me representa allí donde va a suplicar ayuda.

Si me quedaran ganas me partiría la caja, pues lo de este hombre, de penoso se ha convertido en un espectáculo sublime, humor de alta escuela. Si no fuera porque  España es un país destruido y sin perspectivas claras de recuperación, diría que desde Groucho Marx no ha hollado la tierra cómico de tal magnitud. Lo que ocurre es que verlo ahí, luciendo un palmito patético y mostrándose como un gran político, me saca lagrimones de quintal. Medio de llorar de pena, medio de reírme con ganas de las buenas, me está dejando seco.  La verdad es que el cuerpo no acompaña pues las fuerzas y la voluntad flaquean por igual, pero aún así vale la pena el esfuerzo de escucharle mentir. Pues es falso lo que dice, desde la primera mayúscula de su discurso hasta el punto y final.

Lo que no percibe nuestro presidente, y debe ser el único en esto, es que nadie le cree: la diplomacia obliga a atender al jefe del gobierno pero creo que ni los traductores se han molestado con su discurso. Vende grandeza cuando en realidad somos tan pequeños, nos ha convertido en tan miserables, que obtendría más mendigando de rodillas o con una hucha del domund que actuando como un Quijote de vodevil barato.

Puestos a pedir, y vista la humillación constante a la que nos somete, yo rogaría peregrinando de rodillas sobre adoquín y abriéndome las carnes con un cilicio que alguien de los suyos, alguno de los que le continúan dorando la píldora a pesar de los pesares, se compadezca de un país avergonzado y le diga, aunque sea en voz baja, que pare ya, que abandone la política y se dedique a otra cosa menos perjudicial para nuestra salud.

 

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