El aborto

El aborto es vomitivo, como vomitiva fue la acción inhumana de los nazis. El aborto no es signo de progreso sino de regresión a épocas de barbarie como la de Esparta que tiraba a los niños por el monte Taigeto. El aborto no es democrático sino una contradicción de la democracia: la democracia debe defender los derechos humanos, y el primero es el de la vida de todos.

El aborto no es un derecho de la mujer, que podrá cortarse el pelo o las uñas; pero no debe torturar y matar al hijo, sencillamente porque el hijo no es ella ni de su propiedad: los seres humanos no son propiedad de nadie y tienen dignidad desde su primer isntante de vida, es decir, desde al concepción. El aborto es aberrante, una atrocidad, un horror, es la dominación más bárbara que pensarse pueda del fuerte contra el débil. Horroriza a cualquiera que tenga entrañas, sea del signo político que fuere. No me arrepiento de no haber matado a ningún hijo mío, aunque me viera en apuros; no fui una madre burda e ignorante, sino una madre como la madre de quienes me leen, una madre que cuando un hijo llega a casa, le recibe y es capaz de darlo todo por él.

 

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