El éxito y la radicalidad

Que la asistencia a la cumbre de los poderosos le ha tenido que costar muy caro a Zapatero, seguro que sí. Que esa asistencia ha sido beneficiosa para España, también. Si no hubiésemos estado en ella, los críticos a Zapatero - entre los que me encuentro - hubiésemos arremetido contra él con nuestro precario armamento nuclear: la palabra.

En esa reunión, en esa primera reunión, España tenía que estar y ha estado. Por lo tanto, cabe decir, aunque le duela a los mostrencos de la escritura y el pensamiento lastimero, que hay un éxito político y también un éxito nacional.

Los países más ricos, y aquellos que son emergentes, han intentado consensuar ideas y acciones encaminadas a remediar una situación económica global muy mala. Algunos ha habido que se han atrevido a señalar culpables. Los más pobres de entre los ricos, no quieren oír hablar de medidas que pongan en peligro su desarrollo.

Sarkozy ha optado por decir lo que ya viene haciendo en su país. El Estado tiene que intervenir cuando es menester que lo haga. Sin el Estado, sobre todo en cuestiones capitales, el capitalismo se convierte en un monstruo insaciable. Me quedo pues con las palabras y los hechos de Sarkozy y, por supuesto, rechazo la aspiración radical de un Zapatero que ha vuelto a defraudar.

Radical ha sido intentar culpar a los Estados Unidos de todos los males del mundo. Radical ha sido intentar demonizar el sistema neoliberal, el libre mercado, la globalización.

La absurda apatía del socialismo español es muy peligrosa para la presencia de España en esos foros.

Zapatero debería aprender de Lula.

El éxito para España consiste en que por fin está sentada donde se merece. Tiene su sitio en la historia del siglo XXI.

Lo ha hecho sin la bandera nacional, lo cual es un sinsentido. Para las próximas reuniones, esa ausencia debe corregirse empleando para ello la misma firmeza que se ha utilizado para sentar en la silla eléctrica política a W. Bush