El infundio del hambre

Algunos retro-progres de abrevadero están tratando de imponer dos falsedades que quieren hacer pasar por verdades, con todo cinismo. A fuerza de repetirlas hasta el infinito, aplicando la técnica de Goebbels. Terminan creyéndoselas ellos mismos, siendo sus primeras víctimas. Se las imponen después a incautos que pululan por una práctica religiosa endeble o casi abandonada. Estas segundas víctimas incluso acogen con agrado tales falsedades, porque las utilizan como justificante de su abandono y de su distanciamiento religioso. La primera de las grandes mentiras es que la Iglesia se ocupa de todo lo que no le compete y que, en cambio, se olvida deliberadamente de lo único de lo que debería ocuparse: del hambre del mundo. De paso se culpabiliza a la propia Iglesia de la miseria mundial. La realidad es muy conocida, sin embargo. La Iglesia está hasta en el último lugar del mundo, dando de comer con su propia mano y en su propia casa a los más abandonados. Curando el sida y la lepra. Enseñando y educando con cariño, para que puedan librarse de dictadores corruptos y de ideólogos decimonónicos que predican teorías degradantes y criminales. Por este servicio, la Iglesia católica no cobra. Paga el tributo de 70-90 mártires anuales, como es sabido. La segunda mentira cínica produce, más bien, risa: la Iglesia y lo religioso deben esconderse y ocultarse en lo más íntimo y recóndito de los hogares privados. Eso sí, el sexo y la sexualidad deben exhibirse en las plazas públicas y en los programas basura, con acompañamiento, charanga y vocerío, ante ancianos, mayores, adolescentes y niños.

 

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