Los maestros no aprenden

Por delante vaya mi convencimiento de que tenemos excelentes maestros en la enseñanza pública, y por delante también que éstos son una minoría tan poco representativa que, para mí y supongo que para muchos, son la excepción que confirma la regla de un colectivo profesional poco y mal cualificado, torpe, incompetente, lleno de prejuicios y, por lo común, muy gobernado no por sus cerebros, sino por sus hígados, por cuanto lo mismo los maestros son capaces de sacrificar por antipatía el talento natural de los niños más capaces, convirtiéndolos en fracasados, que aupar a la matrícula de honor a auténticos asnos, sólo porque su relación con los padres es muy buena o porque éstos son regalones o lamedores.

Pero es que, por si esto fuera poco, los maestros de la enseñanza pública se consideran a sí mismos una elite dentro de la elite con derecho de pernada sobre los alumnos, y que ellos tienen no sólo derecho a diezmar el futuro del país perpetrando el desastre educativo que cada año regalan a las nuevas generaciones, sino a tener salarios astronómicos, unas vacaciones que ya las quisieran para sí muchos premios nóbeles y ninguna responsabilidad, ya que existe un tácito conchabeo entre una Administración superprotectora con estos incompetentes y un@s inspector@s especializados en archivar reclamaciones de los padres por atentados o discriminaciones flagrantes contra sus hijos y detener procesos de manifiesta persecución infantil (cuando no podrían ser consideradas directamente abusos a menores), creyéndose estos dómines el ombligo del sistema cuando en realidad son quienes materializan con su magnífica incompetencia el fracaso escolar que subsume a España en las tinieblas del Tercer Mundo educativo, poniéndonos apenas sobre Ruanda-Burundi, con perdón de los ruanda-burundeses.

Los maestros no aprenden, ni aprende tampoco la Administración. Mala cosa sería, claro está, que una casta política que se ha arrogado también derechos que en absoluto les corresponden en justedad, como aplicarse por el artículo 33 privilegios de condes, salarios de Midas y jubilaciones de Onasis con apenas unos pocos añitos de trabajo, pusieran condiciones laborales más duras a esta otra elite laboral de incapaces como ellos, al menos, como digo, en cuanto a la generalidad se refiere. Sin embargo, no estaría de más que ambos aprendieran, que se aplicaran el cuento de que vivir en plan parásito a costa de los contribuyentes se tiene que terminar por la vía del sentido común o lo tendremos que terminar por la vía penal, y que se prepararan adecuadamente para lo que debe ser su trabajo: servir a los ciudadanos, los unos; y a los niños y jóvenes estudiantes, los otros. No; los padres no queremos que eduquen a nuestros hijos –más y mejor valdría decir que en el actual sistema eso equivale a adoctrinar como idiotas-, sino sólo que los enseñen lo que tienen y deben aprender en cuanto a las disciplinas académicas estrictamente se refiere. Nada más y nada menos. Adempero, nada de esto sucede, y, por un lado, los maestros han considerado que son dictadorzuelos de ínsulas imaginarias que pueden practicar impunemente cualquier clase de desmadre con los alumnos, y la Administración, por otro, considera que los padres de los alumnos son una teta a la que ordeñar para mayor beneficio de las editoriales de su cuerda, quienes enorme y enjundiosa leche maman de los bolsillos contribuyentes, haciendo de la ley, burla, y convirtiendo la gratuidad de la enseñanza pública en el timo de la estampita, nunca mejor dicho por cuanto venden al precio de incunables, libracos llenos de dibujitos estúpidos y colorines variados para abrumar de hojas unos textos que justifiquen el excesivo precio y cargar como asnos a los niños, ya que como asnos son y serán tratados por la Administación y en el futuro por el orden laboral.

No; no aprenden los maestros ni aprende la Administración, y a ambos se les está acabando el tiempo. Debe establecerse un sistema, y mejor antes que después, por el que tanto los políticos como los maestros incompetentes tengan responsabilidades a todos los niveles, incluidas los penales, y dejar ambos colectivos de vivir como elites al margen de la sociedad. Quien no sirva adecuadamente, debe ser no sólo retirado de su cargo y expulsado de la función pública en todos los órdenes, sino que debe responder ante los tribunales correspondientes por los daños causados y repararlos: los políticos, respondiendo con sus patrimonios y sus propias personas; los maestros, igualmente, porque los daños que causan cada año en incontables niños son males que éstos arrastrarán el resto de sus vidas, y esos son muchos, demasiados daños.

Los políticos, en fin, carecen de legitimidad alguna, en la actual tesitura de pillaje legal que viven –por cuanto a sí mismos se otorgan derechos legales que no les corresponden-, como para mencionar siquiera la mota en el ojo ajeno cuando tienen las vigas que tiene en los suyos; pero los maestros deben aprender cada día, y, en vez de tanta vacación y tanta tiranía propia de iletrados a los que se les pone gorra de plato, deben comprender que tienen que formarse, que les sobran ínfulas y les falta formación, pedagogía y capacidad, y que eso sólo se obtiene trabajando y estudiando. No basta con que aprueben una oposición y que hoy demuestren que saben mucho, si la comodidad del puesto seguro les convierte en indolentes o si en la práctica no saben enseñar porque no saben tratar con niños.

Lo lamentable de todo esto, es que el futuro de país, que son nuestros jóvenes y nuestros niños, depende de estas dos elites, y ya vemos cuáles son los resultados, no tenemos más que comprobar los niveles de fracaso escolar, la degradación de España en los ámbitos académicos a nivel mundial y el mismo desprecio que nuestras autoridades profesan a nuestros titulados –tal vez porque la mayoría de los políticos no tuvo talento ni para acabar su bachillerato siquiera-, pues que hay promociones enteras de titulados superiores que, lejos de tener alguna oportunidad laboral en España, sólo tienen un horizonte de emigración. Y esto es lo que suele pasar cuando ha de valorar la educación quien no la tiene y la formación académica quien carece de ella, y, hoy por hoy, para ser presidente o ministro o consejero no hace falta haber terminado cualquier clase de estudios superiores, sino que es suficiente con rebuznar al coro del partido. ¿Qué otra cosa podemos esperar, pues?...

 

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